Al finalizar el año, damos gracias a Dios por la vida y las experiencias vividas, más aún, sabiendo que estamos en tiempo de Navidad donde «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Esta realidad salvífica es la que más debemos agradecer; la venida del Emmanuel, el Dios con nosotros. Es una realidad de vida que nos impulsa a gastar nuestra existencia mostrando el rostro misericordioso de Dios en medio de las realidades humanas, que tantas veces se tiñen de injusticias y sufrimientos.
Cuando Jesús nació, existían todos los males que hoy encontramos en nuestro país. No pudo nacer en una casa, o una posada; nació en un establo, nació en medio de la pobreza. De esta manera quiso dignificar a los más pobres, a aquellos que sienten que ya no hay futuro, que la esperanza es un mito. Pero la realidad es otra: caminar hacia el futuro asumiendo el presente con las adversidades de cada momento, ese es la propuesta de vida. No es sólo mirar hacia el futuro, sino caminar hacia él, comprometerse en él.
En tiempos de Jesús, también el pueblo era empobrecido por sus gobernantes para ejercer sobre él un control social; usaban las armas de los soldados para someter a la población. Quienes vivían fuera de los muros de las ciudades, comían las migajas que dejaban los transeúntes, era el inframundo, como pasa en el interior de nuestro país, sin gasolina, sin servicios públicos, sin medicamentos y sin acceso a alimentos debido a los altos costos.
Jesús conoce nuestra realidad y sabe que es finita, que ella pasará; pero él no se quedó pasivo, sobre él no tuvo efecto el control social para ejercer la profecía; Él salió a organizarse en pequeños grupos de creyentes que mantenían muy bien la memoria histórica de los sucesos de su pueblo, los formó y los preparó para convertirse en propulsores de algo nuevo: la construcción de un reino de justicia, paz y amor. Desde ese momento cambió la perspectiva de «ser pueblo», ya no subyugado por la tiranía, sino consciente de ser «sujeto», con una responsabilidad histórica: vencer la maldad desde la verdad y la libertad que vienen de Dios.
Como pueblo venezolano, sabemos los sufrimientos vividos en los últimos años, pero por más que «aprieten», el pueblo con dignidad sabe que siempre hay un mañana que fortalece el espíritu de lucha en la búsqueda del bien común, la verdad y la libertad. No hay vuelta atrás. La propuesta nos la da el Dios de la vida: «he venido para que todos tengan vida, y vida en abundancia» (Jn 10,10). Pero esta vida no cae del cielo, sino que se construye desde los valores que fortalecen el ímpetu de lucha en la sociedad: la honestidad, la verdad, la paz, la justicia y la solidaridad.
Quienes han sentido la tentación de declinar ante el miedo y la incertidumbre, les doy la buena noticia: «un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado y la soberanía reposará sobre sus hombros…» (Is 9,6). Recibamos el nuevo año desde nuestros propios contextos de vida, aquellos que se encuentren solos porque su familia ha emigrado vayan al pesebre, y abracen a la familia de Belén que también fue migrante; abracen a sus seres queridos con el compromiso de «ser sujetos» de esta historia para hacer de ella, una historia viva del pueblo y no dejar que otros hagan de ella una ficción. No olvidemos a los más pobres y descartados, que sepamos leer en sus sufrimientos el reclamo de Dios: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn. 4,9).
A todas las hermanas y hermanos venezolanos en nombre de mis hermanos obispos, les envío un abrazo fraterno, deseándoles un esperanzador año nuevo 2020.
+José Luis Azuaje Ayala
31 de diciembre de 2019
Arzobispo de Maracaibo
Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana