En el mes de mayo la Iglesia Universal venera especialmente a la Santísima Virgen María, madre de Dios y madre nuestra. Ella es una y única, aunque en el camino de la fe se reconocen diversas advocaciones que la acercan a cada región y cultura, así como sus apariciones y manifestaciones, pero todas convergen en una sola: ella es la discípula perfecta.
El presbítero Mauro Orru, párroco del templo Santa Lucía y San Mario en El Corozo, ofreció una reflexión sobre la devoción a María Santísima a la luz de las actitudes que sobre ella se leen en el evangelio y que ponen de manifiesto cómo supo ser discípula y desde el momento de la anunciación caminó con Jesús en la fe, hasta convertirse en madre de toda la humanidad.
Madre y discípula
“Nosotros la veneramos como Madre de Dios, y lo es, pero también debemos recordar que María es discípula, la discípula más fiel del Hijo, con todo el proceso que tuvo que hacer. Ella lo trajo al mundo, lo alimentó, le cambió los pañales, sabiendo que era el hijo Dios, pero que en su infancia la necesitaba completamente. Esto fue un gran acto de fe, pues esta mujer siguió creyendo al verlo tan humano”.
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Explicó el padre Orru que los evangelios muestran el camino difícil y maravilloso que María tuvo que hacer para pasar de madre a discípula: “Recordemos el pasaje de Marcos, cuando Jesús está hablando y le dicen tu madre y tus hermanos están afuera y Jesús dice mi madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad de Dios”.
Y continúa: “El sufrimiento, la espada que atravesó el alma de María fue la palabra, el mensaje de Jesús que vino a proclamar lo que en aquella época eran cosas tan escandalosas, romper reglas. Decían que Jesús estaba loco. Esta fue la espada que le atravesó el alma y que la condujo de ser madre a ser discípula, y como discípula se vuelve de nuevo madre, pero no solo madre de un hombre sino de toda la humanidad, cuando Jesús en la cruz le confía el mundo en la figura de Juan”.
Añade que el evangelio de Lucas dice que la Virgen guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón: “Esa es la grandeza de María y desde allí aprendió a creer en su hijo Jesús”.
Luego, María no fue al sepulcro, porque sabía que su hijo estaba vivo. Ella se quedó con los discípulos, con la comunidad que Dios le había confiado. Hizo caso al Maestro.
Signo y camino
El sacerdote recordó que en el primer milagro de Jesús, en Caná de Galilea estaba ella, María, para ser este signo de la mujer fiel, de la discípula del Señor, que intercede “Se les acabó el vino” y aunque Cristo le dice “todavía no ha llegado mi hora”, María le dice a los sirvientes “hagan lo que él les diga”.
En esto, el sacerdote señala “siempre vamos buscando signos prodigiosos y no entendemos que más que buscarlos, debemos ser signos de la presencia de Dios” hacer lo que Él nos dice. Por eso la vida de María y sus actitudes representan nuestro camino.
Otro aspecto a destacar es la decisión y la acción de María, quien en cada momento aceptó, escuchó y se puso en marcha. El Papa Francisco recordó varias veces cómo luego de la anunciación fue inmediatamente a ayudar a su prima Isabel.
Ahora, en nuestro tiempo, tenemos todas las hermosas advocaciones marianas, pero cada una, más que un signo milagroso nos presenta esta realidad tan bella de la Virgencita. La mayoría de las apariciones reconocidas por la Iglesia, han sido a personas sencillas, humildes.
“En Coromoto, María se presenta a Venezuela al principio de la evangelización y observemos que le habla al cacique en su idioma y con palabras sencillas, vayan para que los blancos les pongan el agua”. Y se presentó en otros momentos difíciles de la historia. En Fátima, en la primera guerra mundial, la Virgen pide oración para que haya conversión y se pueda llegar a la paz”.
Detrás de todo hay signos prodigiosos, porque ella como mamá que está atenta siempre a sus hijos, hace sentir su presencia a través de una imagen o del agua por ejemplo, como en el caso de la Virgen de Lourdes. Pero siempre su mensaje es volver a Jesús, un llamado a la conversión, un llamado a cambiar la forma de pensar.
Venerarla
A manera de conclusión, el padre expresa que la manera más hermosa de honrar a María es imitarla en sus virtudes: en su apertura del corazón, en su caminar detrás de Jesús para, como verdadera discípula convertirse después de todo ese proceso en madre de toda la Iglesia. Mencionó la advocación de la Virgen del Silencio. En este ícono ella invita con una mano a hacer silencio, y con la otra a calmarse y escuchar a Dios que quiere decir algo a cada corazón.
Ana Leticia Zambrano