La advocación mariana de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro hace referencia a una pintura elaborada posiblemente en el siglo XIV alrededor de la cual ocurrieron hechos que se explican a la luz de la fe. Es un ícono que refleja el amor de Dios y la participación de María en la obra de la salvación.
La imagen original, que reposa en la iglesia San Alfonso, en la vía Merulana, entre las Basílicas de Santa María La Mayor y San Juan de Letrán en Roma. Relatos antiguos señalan que la imagen habría sido pintada por el evangelista San Lucas, pero los estudios realizados con carbono 14 indican que fue elaborada en el siglo XIV.
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La historia de la devoción inició en la isla de Creta, donde inicialmente se veneraba la imagen. Ocurrió entonces que un comerciante de telas, robó el cuadro y partió con él destino a Roma. Durante el viaje se desató una fuerte tormenta por lo que el comerciante elevó la imagen de Nuestra Señora, implorando su ayuda. Inmediatamente la tormenta cesó y los viajeros pudieron llegar a su destino.
Tiempo después, el comerciante cayó enfermo y en su lecho de muerte pidió a un amigo, nativo de Roma, que llevara la imagen a una Iglesia, para su veneración, pero, la esposa del romano, se negó a sacarla de la casa. María Santísima se apareció a la hija del romano y le dijo “Comunica este aviso a tu madre y a tu abuelo: Santa María del Perpetuo Socorro os requiere para que la saquéis de vuestra casa” y precisó que deseaba ser colocada entre Santa María la Mayor y San Juan de Letrán, en una iglesia dedicada a San Mateo. Finalmente la entregaron en marzo de 1499.

En 1798 la iglesia de San Mateo fue derribada. Los padres Agustinos lograron preservar la imagen y la colocaron en un oratorio particular, pero la devoción se fue olvidando. Pasaron casi 150 años y un sacerdote redentorista llamado Miguel Marcho, quien conocía la historia del Perpetuo Socorro logró el permiso del papa Pío IX para que la imagen fuera entregada a su congregación. Así comenzó la nueva etapa de veneración del ícono por parte de las iglesias orientales y occidentales.
El ícono
El fondo dorado hace referencia a la divinidad. El azul de su velo representa la humanidad de María, más los trazos dorados de su vestido, simbolizan que ella está llena de la gracia de Dios. La estrella de ocho puntas recuerda la de Belén y la de forma de cruz alude a los íconos orientales que evocan a la Trinidad Santa. El vestido rojo, sugiere el sufrimiento de María: “una espada te atravesará el alma”.
El niño Jesús está vestido con ropajes de color verde intenso y ocre, indican que Él es el rey. La sandalia desprendida del pie derecho recuerda a Dios hombre, quien, ante el destino de sufrimiento, siente temor y se refugia en los brazos de su madre. A los lados, los arcángeles Miguel y Gabriel, muestran los instrumentos de la pasión de Nuestro Señor: la cruz, los clavos y la lanza.
María acoge al niño en sus brazos, como madre consoladora y consciente de que su hijo cumplirá la voluntad de Dios.

El cuadro tiene escrituras en griego: en los dos ángulos superiores del ícono se lee; Meter Theou, que significa Madre de Dios. Más abajo, en el lado izquierdo se observa la escritura O AP M, arcángel Miguel. Al lado derecho, O APT, traduce arcángel Gabriel y a la derecha de la cabeza del niño Jesús IC XC= Iesous Xristos, es decir Jesucristo.
La mirada de María se dirige hacia quien la contempla. No importa desde donde se ubique el observador, María siempre le va a mirar para recordar que su hijo se entregó para salvar a la humanidad.
Ana Leticia Zambrano