Sofía Lobos – Ciudad del Vaticano
La tarde del 5 de diciembre, segundo domingo de Adviento, el Papa Francisco presidió la Santa Misa en el “Megaron Concert Hall” de Atenas, en el marco de su viaje apostólico a Grecia, tras haber visitado por la mañana a los migrantes y refugiados en la isla de Lesbos.
El desierto y la conversión
Reflexionando sobre la figura de San Juan Bautista que nos presenta el Evangelio de hoy, el Santo Padre destacó en su homilía dos aspectos: por un lado, el lugar donde se encuentra el profeta, es decir, el desierto; y por otro el contenido de su mensaje, la conversión:
En este sentido, el Pontífice profundizó sobre la paradoja del desierto, ya que el Precursor «prepara la venida de Cristo en este lugar inaccesible e inhóspito, lleno de peligros», cuando en realidad, cuando uno quiere dar un anuncio importante, «normalmente va a lugares bonitos, donde hay mucha gente, donde hay visibilidad».
«Juan, en cambio, predicaba en el desierto -continuó explicando Francisco- en ese espacio vacío que se extiende hasta el horizonte y donde casi no hay vida, allí se revela la gloria del Señor. Este es otro mensaje reconfortante: Dios, hoy como entonces, dirige la mirada hacia donde dominan la tristeza y la soledad».
Dios llega a nosotros en la hora de la prueba
Y precisamente, esto podemos experimentarlo en nuestras propias vidas, ya que – recordó el Papa- Él llega hasta nosotros sobre todo en la hora de la prueba; nos visita en las situaciones difíciles, en nuestros vacíos que le dejan espacio, en nuestros desiertos existenciales.
De ahí surge una fuente de esperanza para los cristianos:
«Predicando en el desierto, Juan nos asegura que el Señor viene a liberarnos y a devolvernos la vida justo en las situaciones que parecen irremediables, sin vía de escape», aseveró Francisco, haciendo hincapié en que, no hay por tanto, lugar que Dios no quiera visitar.
Católicos de Grecia: «No teman a la pequeñez»
Asimismo, el Pontífice alentó a los fieles católicos de Grecia a no temer el hecho de ser una minoría, de no temer a la pequeñez, «porque la cuestión no es ser pequeños o pocos, sino abrirse a Dios y a los demás».
«Y tampoco tengan miedo de la aridez, porque Dios no la teme, y es allí donde viene a visitarnos», puntualizó.
En cuanto al segundo aspecto propuesto por el Evangelio, la conversión, el Papa indicó que el Bautista la predicaba sin descanso y con vehemencia:
Ir más allá de nuestros instintos, Dios es más grande
Por otro lado, ante la pregunta ¿qué quiere decir que nos debemos convertir?, Francisco subrayó la exhortación de Juan a la conversión, que nos invita a ir más allá de lo que nos dicen nuestros instintos y pensamientos, sin detenernos aquí, porque la realidad es más grande.
Para lograr esto, según el Papa, es necesario fiarse de Él, «porque Él es nuestro más allá», nuestra fuerza:
«Todo cambia si se le deja el primer lugar a Él. Eso es la conversión: al Señor le basta que dejemos nuestra puerta abierta para entrar y hacer maravillas, como le bastaron un desierto y las palabras de Juan para venir al mundo».
Testigos de esperanza en los desiertos donde vivimos
Francisco concluyó su alocución invitando a los fieles a pedir «la gracia de creer que con Dios las cosas cambian, que Él cura nuestros miedos, sana nuestras heridas, transforma los lugares áridos en manantiales de agua», y a ser como la Virgen María, «testigos de esperanza y sembradores de alegría a nuestro alrededor», no solo cuando estamos contentos y estamos juntos, «sino cada día en los desiertos donde vivimos».