EDITORIAL
En los últimos tiempos se quiere imponer en el mundo la causa de quienes defienden sus ideales, para ello queman templos, persiguen personas por sus creencias religiosas, denigran por su condición social, o excluyen por su motivación política. Pareciera que todos quieren salvarse a sí mismo, sin importar el destino del otro. No hay amor, no hay compasión, no hay misericordia.
Pero la realidad, es que “nadie se salva así mismo”. Lo hemos escuchado del Papa Francisco en varias ocasiones, motivando la fraternidad social y la vida cristiana. También se refirió a ello, en un encuentro de oración por la paz, este 20 de octubre en Roma. Esta vez, también resaltó la falta de amor, como la causa de los grandes males de la humanidad.
El Santo Padre meditó con el pasaje bíblico de la Pasión del Señor, y el grito de quienes le decían a Jesús: «Sálvate a ti mismo» (Mc 15,30), como expresión de quienes no tiene compasión, crucifican al otro con tal de salvase ello. Y todavía hay un grito más atrevido: «Sálvate a ti mismo y a nosotros» (Lc 23,39), el de quienes sólo piensan en sus problemas y buscan a un dios a su medida.
“Dios no viene tanto a liberarnos de los problemas, que siempre vuelven a presentarse, sino para salvarnos del verdadero problema, que es la falta de amor. Esta es la causa profunda de nuestros males personales, sociales, internacionales, ambientales. Pensar sólo en sí mismo es el padre de todos los males”, reflexionó Francisco.
Hoy necesitamos mirar al Señor para comprender que “nadie se salva sólo”, su muerte y resurrección fue para la salvación de toda la humanidad, pues «Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,35). Allí, en el Evangelio esta todo el amor, compasión y misericordia para superar los males que nos someten.
Pbro. Johan Pacheco
Director Diario Católico