Con sus “monumentos de la antigua civilización romana”, sus basílicas, sus iglesias, «los monasterios y tantos otros signos tangibles de la fe viva, arraigada en los corazones de las personas, capaz de transformar las conciencias y motivar al bien», Roma, visitada este año por miles de peregrinos con motivo del Año Santo, «puede ser un símbolo de la existencia humana».
León XIV lo subraya ante un grupo de católicos procedentes de Rusia recibidos en audiencia en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, a quienes explica que en la vida de cada uno la presencia de «las ruinas de las experiencias pasadas, las angustias, las incertidumbres y las inquietudes, junto con la fe que crece cada día y se hace activa en la caridad, y con la esperanza que no defrauda», es un estímulo para considerar que «a pesar del pecado y las enemistades, el Señor puede construir un mundo nuevo y una vida renovada».
Lea también: José Gregorio y Madre Carmen son signos de esperanza para Venezuela
El Papa reflexiona sobre el sentido de la peregrinación jubilar y observa que «miles de personas» recorren en estos meses las «calles de la Ciudad Eterna para atravesar la Puerta Santa, detenerse ante las tumbas de los Apóstoles y los Mártires y llenar sus corazones de esperanza a lo largo de los numerosos caminos de la fe».
«Su presencia se inscribe en el camino de tantas generaciones que han querido visitar estos lugares», explica León a los sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos rusos, añadiendo que en la Urbe «late el corazón del alma cristiana» y allí «se entrelazan los acontecimientos de la fe —recibida y transmitida desde los tiempos apostólicos y de la que tantos pueblos y naciones han bebido abundantemente y de la que aún hoy viven— con las preocupaciones y los compromisos de la vida cotidiana».
Los edificios sagrados de Roma evocan la realidad espiritual: que a través del sacramento del Bautismo también nosotros somos «utilizados como piedras vivas para la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios, por medio de Jesucristo». Queridos hermanos y hermanas, sí, es cierto, cada uno de nosotros es una piedra viva en el edificio de la Iglesia. Cada piedra, aunque sea pequeña, colocada por el Señor en el lugar adecuado, desempeña un papel importante para la estabilidad de toda la construcción.
Vatican News