Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
“Hoy, en esta iglesia que se ha convertido en santuario de la misericordia en Roma, en el Domingo que veinte años atrás san Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia, acojamos con confianza este mensaje. Jesús le dijo a santa Faustina: «Yo soy el amor y la misericordia misma; no existe miseria que pueda medirse con mi misericordia» (Diario, 14 septiembre 1937)”.
Con estas palabras, el papa Francisco recordó en su homilía, este importante aniversario, en este Segundo Domingo de Pascua, día de la Divina Misericordia. Y retomando el Evangelio de hoy, recordó que el domingo pasado, se celebró la “resurrección del Maestro, y hoy asistimos a la resurrección del discípulo”, Tomás.
Después de una semana, los discípulos, seguían viviendo en el temor, no obstante, habían visto a Jesús Resucitado, y no lograban convencer de la resurrección a Tomás, el único ausente. El Papa dijo, que ante esa incredulidad temerosa, Jesús regresó, se puso en el mismo lugar, «en medio» de los discípulos, y repitió el mismo saludo: «Paz a vosotros». Volvió a empezar desde el principio. “La resurrección del discípulo comenzó en ese momento, en esa misericordia fiel y paciente, en ese descubrimiento de que Dios no se cansa de tendernos la mano para levantarnos de nuestras caídas. Él quiere que lo veamos así, no como un patrón con quien tenemos que ajustar cuentas, sino como nuestro Papá, que nos levanta siempre”.
Esa mano que siempre nos levanta: Misericordia
Y es que nos recordó Francisco, que en la vida avanzamos a tientas, como un niño que empieza a caminar, pero se cae, y se cae una y otra vez, pero siempre está listo el papá, que lo levanta de nuevo, esa mano que “siempre nos levanta es la misericordia”, dijo el Papa, Dios sabe que sin misericordia nos quedamos tirados en el suelo, que para caminar necesitamos que vuelvan a ponernos en pie.