El Papa León XIV nos ha recordado que la Iglesia es el faro que ilumina las noches del mundo. Por su memoria, muy seguramente, pasaron las palabras de los primeros cristianos que gustaban de comparar a la Iglesia con la luna, porque la luz que tiene no es propia, sino que la recibe del sol. El Diario Católico es una pequeña tesela en el inmenso mosaico que es la Iglesia, luz que ilumina la noche del mundo. En tal sentido, yo vendría una tesela de la tesela. Una tesela pequeña, casi imperceptible, a la que no le cabe el agradecimiento por la oportunidad que se le brinda.
Escribir para el Diario Católico ha sido para mí una oportunidad para servir, lo que es igual a una oportunidad para vivir y vivir como se debe: sirviendo. Servir desde este obsequio que Dios me ha dado con la escritura. Una escritura que asumo como una especie de zurcido con el cual busco provocar el abrazo entre el corazón del hombre con el corazón de la Iglesia que refleja los latidos vigorosos, llenos de vida y agua fresca, de Jesucristo. Por otro lado, la satisfacción de formar parte, de alguna manera, de una historia que ya supera los 100 años. 100 años que han unido a hombres y mujeres, familias, un pueblo, a lo largo de esa misma historia que nos cuenta y trasciende.
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En un tiempo donde la continuidad es cada vez menos frecuente, no solo por los cambios, muchas veces violentos, sino por la fragilidad con que el hombre pretende asumir responsabilidades. Una institución que ha superado los 100 años es una noticia maravillosa para la esperanza, pues es la confirmación de que, tal y como nos lo recordó Francisco, jamás defrauda y que además goza de buena salud.
Diario Católico es un espacio por medio del cual puedo participar, no solo en la misión evangelizadora a la que estoy llamado, “sino, sobre todo hoy más que nunca, a integrar el mensaje de salvación en la “nueva cultura” que estos poderosos medios crean y amplifican”, como lo señaló San Juan Pablo II en la carta apostólica El Rápido Desarrollo. Participar en un instrumento de la Iglesia para comunicar al hombre la redención de Cristo es hacerlo también en la construcción de una sociedad respetuosa con la dignidad de la persona humana y del bien común.
En mi experiencia como articulista en Diario Católico que no se limita a la aventura de escribir, sino de leer, he visto en sus páginas un deseo y una voluntad de hablar de verdad y de valores. Entre la tinta y lo digital, arde una convicción asumida desde un corazón abierto al don de la fe, a brindar respuesta radical a las preguntas del hombre sobre el amor, a la verdad y al significado de la vida que se encuentra en la persona de Jesucristo, solicitud que hiciera Benedicto XVI a los medios de comunicación en 2013. Por supuesto, esto influye en mí para que, como escritor colaborador, busque en mi corazón estas mismas coordenadas que me mantienen en comunión con el diario y con la Iglesia.
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Finalmente, quiero cerrar estas líneas de agradecimiento con palabras, todavía frescas, de Francisco. Palabras de cierre que son, más bien, de constante apertura y compromiso. Junto a quienes forman Diario Católico, estamos llamados a no tener miedo de proclamar la verdad, aunque a veces pueda ser incómoda. A lo que debemos temer es “hacerlo sin caridad, sin corazón”. La comunicación debe hacerse cordialmente, dijo, para que esté arraigada en el amor al otro y en el cuidado y protección de la libertad del otro. Paz y bien, a mayor gloria de Dios.
Valmore Muñoz Arteaga