En una entrevista con el diario “La Stampa”, el secretario de Estado pide que «se levante urgentemente el bloqueo de la ayuda humanitaria» en Gaza ante la «enorme tragedia» que se está consumando. Que en Ucrania se trabaje por una paz que «tutele la dignidad de todos, sin humillaciones». La carrera armamentística desestabiliza a Europa, «urge un esfuerzo coordinado en favor de la paz».
Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado vaticano, tras la ineficacia de la cumbre de Estambul, ¿qué pasos deben darse para intentar detener las hostilidades en Ucrania?
«El fracaso de la cumbre de Estambul no puede ni debe marcar el final de los esfuerzos para detener la guerra. La Santa Sede, fiel a su misión de paz, renueva con fuerza su llamamiento a no rendirse a la lógica de la violencia y al falso realismo que querría la guerra como algo inevitable. Ninguna guerra es inevitable, ninguna paz es imposible. Las armas pueden y deben ser silenciadas para dejar espacio a la esperanza de la paz. El Evangelio lo exige y los pueblos que sufren lo gritan. El Papa León XIV asumió este compromiso: «Para que esta paz se difunda, yo emplearé todos los esfuerzos. La Santa Sede está a disposición para que los enemigos se encuentren y se miren a los ojos, para que a los pueblos se les devuelva la esperanza y se les dé la dignidad que merecen, la dignidad de la paz». Aunque la cumbre de Estambul parezca un fracaso, espero que pueda considerarse como un primer paso hacia la paz».
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El Pontífice planteó la urgencia de una paz «justa y duradera» en Ucrania: ¿qué significa esto en concreto?
«Significa, en primer lugar, que no hay auténtica paz si es sólo el resultado de una solución impuesta o del miedo recíproco. La verdadera paz se construye desde dentro, es el resultado de un diálogo profundo, respetuoso y serio entre las partes implicadas. No se puede hablar de una paz verdadera si un país niega la existencia de otro país. Una paz es «justa» cuando reconoce y tutela la dignidad de todos, sin humillaciones, sin condiciones que dejen heridas abiertas. Y una paz entre los Estados sólo es «duradera» si se asienta sobre bases sólidas de derecho internacional, de respeto de la justicia y de la libertad, y no sobre equilibrios precarios garantizados por las armas. La Iglesia y la Santa Sede siguen apoyando tanto a los actores internacionales como a los responsables de las naciones, pidiendo a todos que no cierren la puerta al diálogo, porque sólo así podremos ver un día una paz auténtica, justa y duradera, a quienes, a menudo en el silencio y en la oración, tejen caminos de paz, porque éstos son verdaderos artesanos de la paz».
La carrera armamentística parece acelerar en varias partes del mundo, empezando por la Unión Europea: ¿cuál es la posición de la Santa Sede? ¿Cómo se sitúa el concepto de legítima defensa?
«El crecimiento del gasto militar en los últimos años, cuya dinámica se ha intensificado recientemente, muestra cómo existe una fuerte percepción de un mundo inseguro y fragmentado. Aunque el compromiso de cada país de salvaguardar la soberanía y la seguridad es legítimo y correcto, siempre hay que preguntarse hasta qué punto el refuerzo de la potencia militar puede ayudar a aumentar la confianza entre las naciones y contribuir a construir una paz duradera. También es importante subrayar que el derecho a la autodefensa no es absoluto. Debe ir acompañado no sólo del deber de minimizar y, cuando sea posible, eliminar las causas profundas o la amenaza de un conflicto, sino también del deber de limitar las capacidades militares a las necesarias para la seguridad y la legítima defensa. La acumulación excesiva de armas, si bien permite obtener una ventaja estratégica a menudo buscada, no está exenta del riesgo de alimentar aún más la carrera armamentística, fomentar la amenaza y el miedo del otro y contribuir a una desestabilización que puede conducir a una situación dramática para todos. Es urgente redescubrir un equilibrio pacífico en las relaciones internacionales y proseguir un esfuerzo coordinado en favor de un desarme pacificador».
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