Cada vez que el sacerdote pronuncia las palabras de consagración sobre las hostias y el vino, éstas se convierten sustancialmente en el cuerpo y la sangre de Jesucristo, es lo que en el catecismo de la iglesia católica se denomina transubstanciación y es el misterio de la fe. Este milagro ocurre entonces en cada misa celebrada y permanece el tiempo que subsistan las especies, las cuales son resguardadas en el sagrario.
En la historia de la Iglesia, el Señor se ha manifestado de manera extraordinaria en la eucaristía, es lo que se conoce como los milagros eucarísticos, que en su mayoría han ocurrido en respuesta a episodios de duda o falta de fe, si bien también han sido fuente y testimonio del amor, protección y providencia de Dios.
Los milagros eucarísticos reafirman la verdad de los Evangelios sobre la institución del memorial del sacrificio de Jesús: “Tomad y bebed todos de él, porque este es mi cuerpo que será entregado por vosotros” y seguidamente “Hagan esto en memoria mía”.
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En la historia de la Iglesia, se han documentado numerosas narraciones sobre milagros eucarísticos. Luego de cumplir con los protocolos de investigaciones teológicas y científicas, de acuerdo con los resultados, se ha declarado formalmente su certeza.
Uno de los más conocidos es el milagro eucarístico de Lanciano, Italia, en el siglo VIII, cuando un sacerdote que experimentaba duda sobre la presencia real de Cristo en la eucaristía, al pronunciar la consagración vio como el pan se transformó en carne humana y el vino en coágulos de sangre. Ambos se conservan intactos en la iglesia de San Francisco.
En 1971, con los debidos permisos, fueron sometidos a análisis científicos cuyos resultados arrojaron que la carne pertenece al tejido muscular del corazón y la sangre de tipo AB coincide con la analizada en la sábana santa de Turín. Así mismo “La conservación de la carne y la sangre, dejados en estado natural por 12 siglos y expuestos a la acción de agentes atmosféricos y biológicos, permanece un fenómeno extraordinario”, refiere el estudio.
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Más recientemente, la Iglesia ha indicado como signo eucarístico, el de la hostia expuesta en la parroquia Santa María de Buenos Aires, Argentina, y como aspecto destacable, en su verificación participó el Papa Francisco. Ocurrió en 1996, cuando una fiel halló un trozo de hostia en la base de un candelabro. La entregó al sacerdote, quien siguiendo la norma instruyó a la sacristana colocarla en agua y reservarla en el tabernáculo.
Días después, notaron que el líquido se tornó rojo. El entonces Obispo Jorge Bergoglio, indicó hacer los registros y emprendió un protocolo de estudios científicos en los cuales participaron profesionales de varias universidades. Las conclusiones del estudio entregadas en 2006, relatan que en la muestra analizada “la sustancia era sangre humana, misma que contenía glóbulos blancos intactos, y músculo de corazón ‘vivo’, miocardio del ventrículo izquierdo”.
Los acontecimientos en torno a los milagros eucarísticos invitan a los fieles a perseverar en la fe y a valorar los sacramentos instituidos por Cristo.