San Diego nació en España en el año 1400, proveniente de una familia de escasos recursos. Cuando era muy joven partió hasta el campo para acompañar a un monje que era su familiar y se había dedicado a vivir como ermitaño. En este momento de su vida que fue trascendental aprendió a orar y meditar y tomó un cariño inconmensurable por Jesucristo.
En su juventud también se dedicó a especializarse en artes manuales y a recoger leña. Con el dinero que recaudaba de sus trabajos ayudaba a los más necesitados, un indicio que marcó su vida de ayuda y acompañamiento a quienes lo necesitaban,
Quienes veían su entrega comenzaron a apoyar su causa y recolectaban limosnas para que su atención a las personas vulnerables no cesase.
Lea también: Pbro. Luis Guerrero toma posesión de parroquia de Santa Ana
“Pero sucedió que leyó la vida de San Francisco de Asís y se entusiasmó grandemente por el modo de vivir de este santo, y además estaba preocupado porque su demasiada popularidad en su tierra le quitaba la oportunidad de poder vivir en soledad y recogimiento. Y así fue que pidió ser recibido como religioso franciscano y fue admitido”.
El santo no tenía una preparación adecuada pero siempre fue un iluminado, de allí que cuando era interpelado acerca de temas de la Iglesia o espirituales respondía con fluidez y destreza dejando admirados a todos.
“En 1449 hizo un viaje desde España hasta Roma a pie. Iba a asistir a la canonización de San Bernardino de Siena. Acompañaba al Padre superior, el P. Alonso de Castro. Este se enfermó y Diego lo atendió con tan gran esmero y delicadeza, que los superiores lo encargaron por tres meses de la dirección del hospital de la comunidad de Roma, y allí hizo numerosas curaciones milagrosas a enfermos incurables”.
Su vida transcurrió entre la ayuda a los pobres y una entrega a la oración. Su amor por la virgen santísima era incalculable y en muchas oportunidades untaba a los enfermos con el aceite de la lámpara con la cual alumbraba a la virgen y estos salían curados. Un muchacho cayó en un horno ardiente, y el santo lo bendijo y el joven salió sano y sin quemaduras.
“El 12 de noviembre del año 1463, sintiéndose morir pidió un crucifijo y recitando aquel himno del Viernes Santo que dice: «¡Dulce leño, dulces clavos que soportásteis tan dulce peso!» expiró santamente”.
El sepulcro de San Diego fue también parte de su obra, infinidad de milagros se obraron y fue el rey de España, Felipe II, quien pidió por uno de sus hijos y fue curado, quien pidió al Sumo Pontífice que lo declarara santo. Y fue canonizado sólo 25 años después de haber muerto, en 1588.
Oración
San Diego de Alcalá, heraldo ferveroso de los
evangelios, tú que defendiste a los débiles de los
poderosos, alimentaste a los hambrientos, sanaste a
los enfermos, y en tu lecho de muerte con sincera
y pura devoción al presionar un crucifijo sobre
tu corazón exclamaste:
dulce leño,
dulce fierro,
dulce el fruto que nos dio,
por tu poderosa intercesión, obtén para nosotros,
humilde fraile, la fortaleza para proteger a los oprimidos,
el amor a los pobres, la compasión por los
afligidos y al final de la vida, una buena muerte.
Amén.
Carlos A. Ramírez B.



