El 4 de octubre la Iglesia Universal celebra la solemnidad de Francisco de Asís, el santo que atendió al llamado de Dios y con su ejemplo fortaleció la hermandad, la cercanía y la piedad como ofrendas vivas y agradables al Creador. La obra que inició hace 800 años perdura y se aviva en el accionar de los integrantes de las órdenes de los Hermanos Menores de Asís, conocidos como los Franciscanos.
Con ocasión de la fiesta patronal, Diario Católico visitó el seminario “San José de Cupertino” ubicado en el municipio Guásimos del estado Táchira, para conversar con Fray Edgardo Núñez, sacerdote y rector de la casa de formación de los Franciscanos Conventuales, quien al narrar la historia y el testimonio de su fundador puso de relieve el carisma de la vida fraterna como el legado más preciado de San Francisco.
Vida y obra
El padre Edgardo comenzó recordando la historia de San Francisco, cuyo nombre de pila era Giovanni di Pietro Bernardoni. Comentó que el nombre de Francisco le fue dado por su padre, quien era un comerciante de telas que viajaba constantemente a Francia y, por ser esta nación su fuente de bonanza económica, comenzó a llamar a su hijo Francesco, que significa “pequeño francesito”.
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Resaltó que la vocación del joven Francisco fue, en principio, ser un caballero, por lo que recibió formación académica y militar. También gustaba de fiestas y diversión con los amigos. En 1202 participó como soldado en la guerra entre Perusa y Asís quedando prisionero por espacio de un año. Durante ese tiempo comenzó a reflexionar sobre el sentido de su vida.
Fray Edgardo apunta que, al recuperar la libertad, dos acontecimientos le hicieron comprender a Francisco el propósito de su existencia. El primero fue cuando se dispuso a ir de nuevo a combate y en el camino una voz le interrogó ¿a quién quieres seguir, al siervo o al jefe supremo?
Esto le hizo regresar a su casa. Leyendo el evangelio de San Mateo se motivó a ayudar a los desposeídos y mientras su padre estaba de viaje, vendió todas las telas y repartió el dinero entre los necesitados.
El segundo hecho que definió su conversión fue el encuentro con un leproso. Se dice que Francisco vio a Cristo en esa persona enferma y a partir de ese momento comprendió lo que debía emprender. Su primera misión fue cuidar a los enfermos. Pedía limosna para comprarles alimentos, curaba sus heridas.
San Francisco renunció a los bienes materiales y se refugió en la iglesia de San Damián, cuya estructura estaba en ruinas. Oraba pidiendo luz sobre lo que debía hacer para cumplir la voluntad de Dios. En una oportunidad escuchó la voz que le decía “Francisco, repara mi iglesia”. Francisco creyó que se refería a la edificación.
Unos amigos de la juventud comenzaron a seguirle. Al principio fueron tres y un tiempo después eran doce compañeros. Se vestían con sayales, atuendos de tela muy rústica que con el tiempo serían el modelo del hábito franciscano.
En el año 1209, Francisco y sus compañeros viajaron a Roma con la intención de profesar su obediencia y servicio a la Iglesia. Fueron recibidos por el Papa Inocencio III quien verbalmente les permitió obrar con la denominación de “Hermanos Menores de Asís”. Al conocerse la aprobación pontificia, la orden se extendió y llegó a tener más de 3 mil integrantes.
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En 1220, Francisco viajó con sus compañeros a Siria, donde intentó evangelizar al Sultán Malik al-Kamil. Si bien no logró la conversión, el líder musulmán le tomó aprecio y le obsequió un salvoconducto para que pudieran desplazarse en esas tierras. Es el “Cuerno de Asís” que hoy día se conserva entre las reliquias del santo.
Francisco escribió la “Regla de los 12 capítulos”, para el apostolado y en 1221, el Papa Honorio III concedió la aprobación a través de una bula, que consolidó la orden religiosa.
Fue el primer santo que recibió los estigmas de la crucifixión de Jesucristo, lo cual ocurrió en septiembre de 1224.
Otros dos aspectos que resaltan en la biografía de San Francisco de Asís, son los de la visión de la Virgen en la advocación de Santa María de Los Ángeles en la capilla llamada “la Porciúncula”, y la escenificación del nacimiento de Jesús en la Navidad de 1223, que dio origen a la elaboración de los pesebres o belenes.
San Francisco murió el 3 de octubre de 1226 y fue canonizado cuatro años más tarde.
Franciscanos
El padre Edgardo Núñez explicó que, acontecimientos y divisiones ocurridos a lo largo de la historia, desembocaron en el establecimiento de tres familias franciscanas: los hermanos menores (conocidos en las primeras separaciones como “observantes”), los hermanos menores conventuales y los hermanos menores capuchinos. Los primeros y los últimos se uniformaron con el hábito de color marrón.
Los conventuales adoptaron el hábito de color gris. A esta familia pertenecen los frailes que se forman y hacen vida en el seminario San José de Cupertino.
En Venezuela
Fray Núñez mencionó que los Hermanos Menores Conventuales llegaron a Venezuela en el año 1979, gracias a la gestión del Obispo de Guanare Monseñor Angelo Polachini. Su primer asiento fue en el estado Portuguesa, en la parroquia eclesiástica San José Obrero. En esa entidad se estableció la primera casa de formación.
Posteriormente, se establecieron en el estado Táchira, en Palmira donde se construyó el segundo seminario, inaugurado el 18 de septiembre de 1990. Actualmente se forman más de 10 seminaristas en esta casa.
La tercera comunidad se instaló en Barinas, las siguientes en Caracas, Pueblo Llano (Mérida). Más recientemente los Franciscanos Conventuales están presentes en la parroquia “Resurrección del Señor” en El Palotal, San Antonio del Táchira y con el seminario de teología y el colegio Seráfico en la ciudad de Mérida.
El padre Núñez reitera que, bajo el carisma de la vida fraterna, los Franciscanos Conventuales llevan adelante proyectos orientados a atender las necesidades de las comunidades, lo que se materializa en colegios, centros de salud, comedores, entre otros.
Formación
José Daniel Navas, tiene 20 años y está cursando el tercer año de postulantado en el Seminario Franciscano Conventual. Expresa que desde pequeño sintió cercanía con la Iglesia y luego de asistir a una convivencia se incorporó en la comunidad de los franciscanos conventuales.
“Los franciscanos se esmeran en formar a la persona espiritual y humanamente. Eso es una de las cosas que me han motivado. Hago estudios de filosofía en el Instituto Santo Tomás de Aquino y aquí en el Franciscano nos forman para la vida, profundizando en el carisma de la fraternidad”.
Ana Leticia Zambrano