Una de las obras más hermosas que he tenido la fortuna de leer son las llamadas Florecillas de San Francisco, obra hagiográfica compuesta en el siglo XIV por autor desconocido que narra la vida y milagros de San Francisco de Asís y de sus primeros compañeros. Construida sobre fuentes orales, en ellas también podemos conocer el proceso evolutivo de la orden franciscana. Dentro del campo cultural y la literatura, Las Florecillas van a ser testimonio de la evolución de la lengua italiana de la mano con la obra magnífica y profunda de Dante, el príncipe de los poetas.
El capítulo XXI nos narra uno de los episodios que más impacto me ha causado de la obra franciscana, casi tanto como lo es, sin duda, su llamado al servicio de la Iglesia de Cristo, me refiero al episodio con el lobo de Gubbio en el cual nos cuentan cómo San Francisco amansó, por virtud divina, un lobo ferocísimo.
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El episodio puede ser ubicado entre octubre y noviembre de 1224, San Francisco había recibido los estigmas en el monte de La Verna y se disponía a regresar a Asís. Se detuvo en Gubbio acompañado por fray León y un campesino con su asno. Fr. Tomás Gálvez señala que iba muy debilitado y consumido, a lomos del borriquillo, cubiertos los hombros por una vasta tela de saco. La nevada debió de ser intensa, pues los lobos se veían obligados a bajar de los montes cercanos en busca de alimento. Estando en Gubbio se percata de que el pueblo está siendo asolado por un lobo muy feroz que ponía en riesgo, no solo a los animales del pueblo, sino a sus propios habitantes. Todos temían enfrentarlo.
San Francisco decidió buscar una solución al problema. Al estar frente al lobo, San Francisco le dice: “Ven aquí, ¡hermano lobo! Yo te mando, de parte de Cristo, que no hagas daño ni a mí ni a nadie”. El lobo se acercó a él mansamente. A las palabras del pobre de Asís, el lobo respondió bajando la cabeza. San Francisco logró la paz entre el lobo y el pueblo, al punto de que el lobo se volvió asiduo visitante, encontrando siempre comida hasta el día de su muerte, cuando el pueblo entero lo lloró con profundo recogimiento.
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Fr. Tomás Gálvez afirma que autores recientes han creído ver en el relato del lobo de Gubbio una velada referencia a la conversión de «El Lobo», famoso bandido de La Verna -o de Montecasale- que, según cuenta la leyenda, se hizo fraile. Esto es muy posible, pero prefiero no apostar por el dato histórico y refugiarme el dulce aliento que la metáfora de esta historia me deja. Una metáfora que habla de la ternura y el amor de San Francisco, pero también de la violencia que albergamos dentro y que brota funesta cuando nos sentimos vulnerados, incluso por nosotros mismos.
¿Qué hizo San Francisco distinto a todos los demás? No le mostró miedo al lobo. Todo lo contrario, no solo se acercó, sino que lo reconoció como hermano, es decir, le devolvió la dignidad perdida entre los avatares violentos de una errada visión de la convivencia humana. San Francisco, un hombre gobernado por la paz y el amor, pudo llenar de paz y amor a un alma avasallada por el desconocimiento y el maltrato, por la brutalidad y la hostilidad. No puede ser de otra forma. No podemos estar en armonía con los otros, si antes no lo estamos con nosotros mismos. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.
Valmore Muñoz Arteaga