La Iglesia Universal celebra el 9 de diciembre a San Juan Diego, el aborigen mexicano a quien la Santísima Virgen se apareció en el monte de Tepeyac en octubre de 1531, y posteriormente portó la tilma sobre la cual apareció milagrosamente la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
En la historia de la Virgen de Guadalupe San Juan Diego ocupa un lugar central: fue un hombre sencillo y devoto de la Madre de Dios. San Juan Diego murió en 1548. San Juan Pablo II lo beatificó en 1990 y lo canonizó en el año 2002.
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El encuentro de Juan Diego con la Santísima Virgen es una hermosa historia. La tilma que portó llena de flores sobre la cual quedó la imagen de Nuestra Señora, junto con la reliquia de la Nuestra Señora de Coromoto en Venezuela, son las únicas manifestaciones en las cuales ha quedado tangible la presencia de nuestra madre del cielo.
Historia
El sábado 9 de diciembre muy de mañana, cuando se dirigía a Tenochtitlán, al llegar a las faldas del cerro llamado Tepeyac, Juan Diego escuchó cantos preciosos, armoniosos y dulces que venían de lo alto del cerro, le pareció que eran coros de distintas aves que se respondían unos a otros en un concierto de extraordinaria belleza.
Envuelto en ese ambiente, oyó una voz como de mujer, dulce y delicada, le llamaba, de arriba del cerrillo, le decía por su nombre, de manera muy cariñosa: «Juanito, Juan Dieguito». Se acercó y contempló a la bella señora, la Santísima Virgen. «Su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de Ella era como de preciosas piedras. Como turquesa aparecía su follaje. Todo manifestaba la presencia divina”.
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María se presentó como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios,” le encomendó que se presentase ante el Obispo Capitalino para pedirle en nombre de ella que se construyera una Iglesia en aquel lugar. El azteca se puso en marcha inmediatamente y en el primer encuentro con el prelado le expuso lo que había visto y oído; pero él no le creyó. Regresó al lugar donde estaba la Reina del Cielo y le manifestó su tristeza por no haber logrado la encomienda. María le pidió que fuese de nuevo al día siguiente y le ratificara que era enviado por “la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios”.
En la segunda visita de Juan Diego al Obispo, éste le hizo varias preguntas y después le indicó que debía presentarle una prueba que respaldara su testimonio. Juan Diego regresó al lugar de la aparición donde la Virgen le indicó que al día siguiente le entregaría la señal que pedía el prelado.
Ocurrió entonces que un primo de Juan Diego, llamado Juan Bernardino se encontraba muy enfermo y le pidieron a Diego que trajera un sacerdote. Él se apresuró a buscar la ayuda y cuando iba de camino lo interceptó la Bella Señora. A la preocupación de Juan Diego por su pariente, María respondió: “(…) no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí?, ¿No soy tu Madre?, ¿No estás bajo mi sombra?” En aquel momento Bernardino fue sanado por la Santísima Virgen, quien también se le apareció y le indicó que deseaba ser venerada con el nombre de Guadalupe.
María le pidió a Juan Diego que cortara las flores que encontraría en el cerro de Tepeyac y las guardara en su tilma, le encargó que las llevara al Obispo y que solo ante él desplegara el manto. Así lo hizo el siervo bueno, y cuando las flores cayeron al suelo, en la tela se mostró la hermosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, la misma que hoy se venera en la ciudad de México y que es visitada por millones de personas cada año.