Dentro de las tradiciones católicas, hay historias que resultan espiritualmente muy conmovedoras y muy estimulantes a nivel científico y académico. Entre ellas destaca aquella según la cual; san Lucas evangelista es representado como pintor y, muy especialmente, de la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Esta tradición se sostiene sobre la base del oficio de médico de san Lucas, pero otras fuentes afirman que su inclinación por la pintura no se vinculaba con su condición de médico.
Quizás, la primera referencia al respecto la encontramos en el Menologion de Basil II, libro litúrgico que contiene una lista de los santos y sus días festivos, realizado para el emperador bizantino Basilio II. En él se señala a san Lucas «médico de oficio y pintor». También en el Synaxarion, lista de santos de la Iglesia de Constantinopla, lo reconocen como «médico de oficio y experto en el arte de la pintura».
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Sin embargo, no queda al margen su condición de médico, ya que la creencia de que algunas reliquias poseían propiedades curativas pudo motivar al evangelista a retratar tanto a la Virgen como a su Hijo.
La primera fuente occidental que señala a san Lucas como pintor es un tratado dedicado al culto de las imágenes milagrosas de Roma que Nicolaus Maniacutius escribió en 1140. En el documento se afirma que, luego de la ascensión de Cristo, se solicitó a san Lucas que pintara una imagen de su memoria, la cual dibujó, pero cuya coloración se expresó sobrenaturalmente, dejando a la Virgen y a los discípulos maravillados por su realismo.
Ahora bien, la elección de san Lucas como retratista de la Virgen María se sostiene fundamentalmente en su Evangelio, puesto que es el único que hace observancia de la infancia del Señor y de María Santísima, lo cual puede incidir en un mayor conocimiento de sus vidas.
Afirmación que parece adquirir mayor fuerza debido a que a él se le atribuye el retrato de la Virgen o su “vera efigie”. Retrato para el cual, se cree, Ella posó en vida. El testimonio más antiguo sobre este episodio; es responsabilidad de Teodoro Lector o Theodoros Anagnostes, lector en la basílica de Santa Sofía de Constantinopla hacia 520-530 y que sostendrá Nicéfaro Calixto, último de los historiadores eclesiásticos griegos, que floreció alrededor de 1320.
Será Andrés de Creta, Padre de la Iglesia, quien en 726, en su tratado De Sanctarum Imagium Veneration, señala a san Lucas como retratista de la Virgen: «Del evangelista y apóstol Lucas todos sus contemporáneos dicen que con sus propias manos pintó a Cristo encarnado y la purísima Madre, y sus imágenes están conservadas en Roma, así se dice, con gran honor; y en Jerusalén ellas son exhibidas con meticulosa atención». Afirmación que también sostienen san Juan Damasceno, Esteban de Constantinopla, Pseudo-Damasceno y Jorge el Monje.
Ahora bien, muchos de nosotros conocemos muy bien algunos de los iconos marianos atribuidos a san Lucas.
En lo personal, me conmueve profundamente el parecido que existe entre ellos. Nuestra Señora de Vladimir, que es una de las imágenes más populares de la Virgen María en Rusia; Nuestra Señora de Czestochowa, patrona del pueblo polaco; Salus Populi Romani, conocida como la “Protectora del Pueblo Romano”, ante la cual el Papa Francisco rezaba y ofrecía flores cada vez que salía de Roma para un viaje pontificio y de nuevo a su regreso. Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, que se encuentra en la iglesia de San Alfonso María de Ligorio en Roma.
Hay otro icono atribuido a san Lucas y del cual muy poco se habla. Se le conoce como la Virgen del Principio. Se recoge en el libro “Consideraciones de los Misterios de la vida y muerte de Nuestro Señor Jesús Cristo y de su Santísima Madre”, escrito por el sacerdote Andrea Mastellone en 1709. De sus líneas escribiremos próximamente. Paz y bien, a mayor gloria de Dios.
Valmore Muñoz Arteaga