Fe creída, Fe vivida
«El desarrollo es el nuevo nombre de la paz» (PP 87), esta afirmación fue determinante en Popolorum Progressio. En los años sucesivos a nivel sociopolítico clarificó en qué consistía un desarrollo sostenible, del cual el hombre tenía tantos afanes. La Iglesia relaciona el desarrollo con el anuncio de la redención cristiana, que no es una utopía, sino sustancia de la realidad.
San Pablo VI estaba convencido nos dice G. Zizola, que «los destinos de la paz mundial se desarrollan en la inmensa zona del subdesarrollo, donde muy a menudo Cristo y el pan tienen esto en común: ser ambos desconocidos». El 23 de diciembre de 1963, hablando con la Curia Romana afirmaba: «Nuestra misión universal como Pastor de los gentiles nos hace mirar con inmensa simpatía y con amoroso interés a las nuevas naciones que surgen en la conciencia, a la dignidad y al funcionamiento de los estados libres y civiles».
En este sentido, LA ESPERANZA será el signo vivo de esta salvación, donde el hombre es redimido por amor (Cfr. PP 79). Para globalizar esta esperanza, es necesario la movida del amor a crear posibilidades y beneficios, frente a las desigualdades, explotaciones y exclusiones de bienestar, buscando ser «CONSTRUCTORES DE SU PROPIO DESARROLLO, los pueblos son los primeros responsables de él. Pero no lo realizarán en el aislamiento» (PP 77).
La PP también marca un hito en la vida personal del Papa. En la homilía del 29 de junio de 1978, en la que ofrece un balance de los quince años de su ministerio, dos meses antes de su muerte, recuerda sus principales preocupaciones: la protección de la fe y la defensa de la vida humana y, en el contexto de la segunda, indica su COMPROMISO CON LA DEFENSA Y DESARROLLO DE LOS PUEBLOS. «En primer lugar, subrayamos, el deber de favorecer la promoción técnico-material de los pueblos en desarrollo con la encíclica Populorum Progressio».
Ahora, ESTE DESARROLLO GUIADO POR LA ESPERANZA Y FORMADO POR EL AMOR DEBE LLEVAR A LA PAZ. Pablo VI considera la paz como el rasgo distintivo de su proyecto basado sobre el HUMANISMO INTEGRAL y el objetivo principal de su ministerio Petrino, como lo declara en su primer mensaje Urbi et Orbi: «Nuestro trabajo, con la ayuda de Dios, también querrá lograr con esfuerzo y perseverancia la paz, un excelente activo entre todos», una paz que el Papa define no solo como «la ausencia de rivalidades belicosas o facciones armadas, sino un reflejo del orden deseado por Dios, creador y redentor, voluntad constructiva y tenaz de comprensión y fraternidad, ostentación a toda prueba de buena voluntad, deseo ininterrumpido de armonía laboriosa, inspirado en el verdadero bien de la humanidad, con una caridad simulada».
Este pontificado marca un punto de inflexión en LA EVOLUCIÓN DEL PENSAMIENTO CRISTIANO SOBRE LA PAZ, que opera un profundo cambio político y teológico en la actitud de la Iglesia. La paz vuelve al centro de la misión de la Iglesia, en el corazón de la reflexión doctrinal, signo de ello nace el 06 de enero de 1967 el Dicasterio de la COMISIÓN PONTIFICIA IUSTITIA ET PAX, encargado de «suscitar en todo el Pueblo de Dios el pleno conocimiento de la función que los tiempos actuales piden a cada uno en orden a promover el progreso de los pueblos más pobres, de favorecer la justicia social entre las naciones, de ofrecer a los que se hallan menos desarrollados una tal ayuda que les permita proveer, ellos mismos y para sí mismos, a su progreso» (Pablo VI, Motu proprio Catholicam Christi Ecclesiam).
LA PAZ ES LA BRÚJULA DEL SENTIMIENTO PAPAL, que a partir de la PP también debe guiar la acción pública y privada de los católicos, la nueva base ética de las relaciones internacionales, como lo proclamó, en el apasionado discurso ante la ONU: «Las relaciones entre los pueblos deben regularse por el derecho, la justicia, la razón, los tratados, y no por la fuerza, la arrogancia, la violencia, la guerra y ni siquiera, por el miedo o el engaño». Pablo VI introduce UNA NUEVA RELACIÓN ENTRE PAZ Y JUSTICIA, diferente del pasado, se enfoca en el valor de la persona humana como sujeto, fundamento y objetivo de la actividad política.
Su discurso frente a la ONU revela las nuevas categorías humanistas de su pensamiento sobre el papel de la Iglesia entre las naciones, que recuerda en PP 76. Referirá ante la ONU: «Y así como el mensajero que al término de un largo viaje entrega la carta que le ha sido confiada […], en que se cumple un anhelo que llevamos en el corazón desde hace casi veinte siglos». Reconoce el trabajo de la ONU con una identidad común de objetivos y propósitos, manifestándoles que no puede sentirse en competitiva con el trabajo de la Iglesia Católica.
Les manifiesta que no deben contentarse con facilitar la convivencia entre las naciones, sino que su «vocación es hacer FRATERNIZAR, no a algunos pueblos sino a todos los pueblos». Este es el lugar para reconstruir la confianza progresiva entre los pueblos, la semilla de una colaboración internacional estable y nueva.
Esta visita, escribió A. Riccardi (1997), «es la base de una relación renovada con la ONU, que se considera como un foro necesario para las naciones, pero de una manera completamente secularizada […] Desde la década de 1960, la Santa Sede ha encontrado en la diplomacia multilateral y en las oficinas de la ONU un terreno ideal para su acción y para el perfil moral y humanitario de sus intervenciones».
Con el nombramiento del primer observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, el 21 de marzo de 1964, Pablo VI supera la visión tradicional de la diplomacia bilateral, hasta ahora privilegiada por la Santa Sede, abriéndose a la multilateral, una expresión de la nueva relación Iglesia-Mundo: «trabajar por la fraternidad los unos por los otros».
Es un momento de gran visibilidad internacional y de consenso general hacia la política de la Santa Sede, sobre todo por parte de las naciones del Tercer Mundo. En la sala de Nueva York, Pablo VI entrega el MANIFIESTO DE SU NUEVO HUMANISMO a la comunidad internacional. En 1967, establece EL DÍA MUNDIAL DE LA PAZ el primer día de cada año, con el que espera involucrar a la comunidad internacional en la construcción de este nuevo humanismo integral.
Abordar la relación entre Montini, la paz y los derechos humanos significa entrar en los criterios de su pontificado y en el corazón de su humanismo. Desde su primera Encíclica ES, la dimensión del diálogo y la paz han tomado rasgos característicos para entender su ministerio Petrino, como lo he venido reflejando en artículos anteriores. Su contribución es decisiva para hacer un cambio en la mentalidad y cultura de los católicos con respecto a la paz, de la cual el papa Roncalli y el CVII habían indicado la dirección, mediante la transición de una teología de la guerra a una teología de la paz.
La PP provocó una fuerte reflexión sobre el VÍNCULO ENTRE LA PAZ Y LA JUSTICIA, que se ha convertido en el punto clave en torno al cual se articulará la actividad posterior de todos los movimientos de paz. Montini moviliza todos los componentes de la Iglesia Católica en torno al ideal de paz, abordándolo, así como los derechos humanos y la violencia desde una pluralidad de niveles y ángulos, haciendo de la Iglesia un factor de paz a nivel internacional, «la paz, no se construye solamente mediante la política y el equilibrio de las fuerzas y de los intereses. Se construye con el espíritu, las ideas, las obras de la paz».
Estaba convencido de que la paz no se impone, ni es resultado de un equilibrio militar, político o económico. La paz es el resultado de un esfuerzo concreto, continuo y unánime para la construcción de una comunidad local y universal fundada en LA SOLIDARIDAD HUMANA y en la búsqueda del bien común, hoy la paz se llama desarrollo, desarrollo de pueblos que todavía necesitan demasiado.
Y como lo recomendaba Pablo VI nos toca emprender «los caminos que conducen, a través de la colaboración, de la profundización del saber, de la amplitud del corazón, a una vida más fraternal en una comunidad humana verdaderamente universal» (PP 85).
Finalmente podemos decir, que en aquel discurso ante la ONU, estableció las coordenadas que guiarían todo su pontificado en la construcción de ese nuevo orden social deseado por el CVII: LA UNIDAD DE LA HUMANIDAD POR MEDIO DE LAS RELACIONES DE FRATERNIDAD Y SOLIDARIDAD que será el fundamento ético de la colaboración entre los pueblos, la igualdad entre hombres por medio del diálogo intercultural, el respeto de los derechos humanos, la promoción el desarme, el desarrollo de condiciones para la paz y la lucha contra el hambre en el mundo: «nunca jamás los unos contra los otros […] la humanidad deberá poner fin a la guerra, o la guerra será quien ponga fin a la humanidad […] enseñar a los hombres la paz».
Con la PP Pablo VI escribe el primer capítulo de su MAGISTERIO SOCIAL, con el que da contenidos, perspectivas y propósitos a su proyecto de un nuevo Humanismo Integral, que nos arroja cinco criterios: Un Desarrollo Integral en LA INTERDEPENDENCIA DE LOS PUEBLOS que busca PROMOCIONAR AL SER HUMANO y atenderlo desde la ÉTICA SOCIAL que busca integrar LA DIMENSIÓN INDIVIDUAL Y COMUNITARIA desde un equilibrio del sistema por medio de la SOLIDARIDAD Y FRATERNIDAD EXPRESADA EN LA CARIDAD SOCIAL QUE LLEVARA A LA PAZ, manifestado en un desarrollo humano-comunitario, solidario y abierto a lo trascendente, donde la Iglesia en América Latina y en Venezuela puede encontrar un camino hacia la encarnación política, presentada en un nuevo Humanismo.
En los próximos artículos profundizaremos estas ideas que venimos reflexionando sobre san Pablo VI, desde la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín.