Serapio Scott nació en Londres en el año de 1178; hijo de Rolando, pariente del Rey de Escocia, no se sabe de su madre más que era de la aristocracia inglesa. Con doce años, en 1190, acompaña a su padre a la IIIª cruzada bajo el mando del rey Ricardo Corazón de León y por una dádiva especial se le permite portar el uniforme militar y ser considerado como tal.
Al año siguiente, cuando el rey Ricardo, Rolando y Serapio, regresaban a Londres, fueron hechos presos por el Duque de Austria. El rey, que fue liberado al año siguiente, prometió enviar el pago del rescate de padre e hijo, más ese pago nunca llegó, enterándose en ese lapso de tiempo de la muerte de su madre.
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Pasado el tiempo, Leopoldo VII, hijo del Duque, pidió a su padre que diese libertad a Serapio y lo pusiese en la corte bajo su cuidado, pasando así de rehén a ser el mejor amigo y consejero del futuro Duque de Austria Leopoldo VII. Sin embargo, cansado de esperar que Ricardo pagara el rescate de los rehenes decidió volver a ingresarlos en prisión de un modo más severo y con la idea de matarlos si no era saldada la deuda.
Allí estuvo Serapio hasta la muerte del Duque, y cuando ello sucede, Leopoldo VII lo libera y lo nombra consejero real dejando con él Austria camino de España para combatir contra los musulmanes
En 1212 acompañó al rey de Castilla Don Alfonso el Bueno a luchar contra los infieles, logrando recuperar territorio, liberar cristianos cautivos y llegar a formar parte de su consejo pasando a vivir de nuevo en otro palacio y corte.
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A la muerte del rey, el 6 de octubre de 1214, Serapio se retiró a vivir en la casa del obispo de Burgos para entregarse de lleno a la vida espiritual, cosa que complementaba yendo regularmente al hospital de la ciudad para consolar, auxiliar, dar limosna y animar a los enfermos e instruirlos en la fe.
Su largo retiro fue interrumpido cuando el Duque de Austria lo llamó para ir de nuevo a combatir el año de 1217, más antes de partir, la reina Doña Berenguela le dió expresa orden de regresar con la comitiva de la Princesa Beatriz, que iba a desposarse con Fernando III (Terciario Mercedario). En 1222, por mandato real, llevó el mando de la expedición que llevaba a la Beata Leonor de Castilla (Terciaria Mercedaria) a desposarse con Jaime I de Aragón (Cofundador de la Orden de la Merced) y allí se estableció en la corte.
Es en esta época, en Daroca, cuando conoce a Pedro Nolasco, quien cuatro años antes había fundado la Orden de la Merced, el cual le anima a abrazar la orden de su Madre de tal modo que en abril de 1222, llega al Monasterio de la Merced de Barcelona donde tiene por maestro al Beato Fray Bernardo de Corbera y alcanza a ser el primer maestro de novicios después del Patriarca Nolasco. Tenía 44 años de edad e inició los dieciocho de su vida religiosa viendo cómo llegaban al monasterio numerosos cautivos redimidos por los mercedarios y solicitando limosnas y algo de alimento para ellos y sus hermanos frailes.
Viajaba siempre a pie y la austeridad de su vida convenció tanto que logró atraer a la vida religiosa mercedaria a muchos otros compañeros y benefactores.
En el año de 1229, siendo ya fraile profeso partió para Argel, en compañía de su gran amigo Ramón Nonnato, con la misión de redimir cautivos cristianos en tierras africanas, liberando a precio y peso de oro (lo que pesara el cautivo, era lo que se debía pagar por él en oro) a más de 150, quienes eran después rehabilitados en su hospital en España.
En 1232, de nuevo con Ramón Nonnato, regresa a tierras de Argel a redimir ahora a más de 228 cautivos y devolverlos a sus familias.
Posteriormente se traslada a Inglaterra, Escocia e Irlanda donde funda nuevos conventos de la Orden y obra grandes milagros y curaciones, pero su celo por los cautivos lo llevó en 1240 a redimir otros 98 de las cárceles de Murcia.
De nuevo en África logra redimir a 87 más y estaba por embarcarse de nuevo hacia España cuando salió a su encuentro otro grupo y no teniendo otra posibilidad ante la amenaza de renegar de la fe quedó en cautiverio por ellos.
Enterado el rey Selín de lo sucedido le mandó llamar para tratar de persuadirlo para que abjurase, pero al no lograrlo, enfurecido, le mandó a azotar, untar sus heridas con sal y vinagre y dejarlo encadenado y sin comer durante varios días. Al comprobar que seguía predicando a pesar de ello, planeó un castigo ejemplar: plantó una cruz en forma de “X” en medio de la plaza a la que fue atado, posteriormente desollado para continuar introduciéndole puntas candentes entre las uñas y la carne de manos y pies terminando por rasgar la carne con garfios e inmediatamente cortarle sus articulaciones, hacerle un orificio en el estómago y por último decapitarlo para después arrojar sus restos al mar; era el 14 de noviembre de 1240.