San Justino, empezó siendo pagano, este hombre de mente aguda y alma aún más afilada. En la Samaria del primer siglo después de Cristo, Justino crece nutriéndose de filosofía. Los maestros del pensamiento griego son la luz que ilumina su búsqueda hacia ese Ser infinito, cuyo conocimiento lo fascina y que, si pudiera, quisiera poder aferrar y explicar con la fuerza de la racionalidad.
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Durante algún tiempo se dedicó a estudiar la ciencia que enseñaban los que seguían la corriente llamada «estoicismo», pero luego dejo esa religión porque se dio cuenta de uqe no le enseñaban nada seguro acerca de dios, hasta que un día, mientras paseaba para meditar los misterios de Dios, conoció a un anciano en la orilla del mar, quien en seguida le proclamó el Evangelio de Jesuscrito.
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Así entonces, San Justino se dedicó arduamente a esudiar la Biblia y todo le conmovía. Se hizo cristiano y recibió el bautismo cerca del año 130, en Efeso.
La fama del misionero – filósofo, al que se debe la descripción de la liturgia eucarística más antigua, permanece para siempre. Incluso el Vaticano II recuerda sus enseñanzas en dos pilares conciliares: la «Lumen Gentium» y la «Gaudium et Spes». Para Justino el cristianismo es la manifestación histórica y personal del Logos en su totalidad. Por ello dirá: «todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos».
Había ido a Roma, y allí fue denunciado por Crescencio, un filósofo con quien Justino había disputado mucho tiempo. El magistrado que lo juzgó, Rústico, también era un filósofo estoico, amigo y confidente de Marco Aurelio. Pero para el magistrado, Justino no era más que un cristiano, igual a sus compañeros, todos condenados a la decapitación por su fe en Cristo. Todavía hoy se conservan actas auténticas del martirio de Justino.
Diario Católico