“Todo de María” fue el lema que Juan Pablo II escogió para su pontificado. De alguna manera, este lema vino a significar una especie de reactualización de la teología y de la devoción mariana que buscó, con grandes logros, ir más allá de todo carácter piadoso, para transformarse en una nueva piedad comprendida desde un cristocentrismo profundamente vinculado al Misterio trinitario de Dios. Gracias a san Luis Grignion de Montfort comprendió que la verdadera devoción a la Madre de Dios es cristocéntrica, es más, está profundamente enraizada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación y de la Redención.
Señala que cada cristiano debe tener muy claro que la devoción mariana no solo es algo que supera cualquier necesidad del corazón, que va más allá de una inclinación sentimental, aunque esta pueda ser un punto de partida, “sino que corresponde también a la verdad objetiva sobre la Madre de Dios”. Ella pertenece íntimamente al misterio salvífico de Cristo y, por consecuencia, al misterio de la Iglesia. Además, María Santísima, es signo pleno de esperanza cierta y de consuelo para el pueblo peregrinante de Dios.
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San Juan Pablo II reconocerá que su fe sufrió una profunda renovación cuando se redescubrió a la luz del conocimiento que irradiaba esta nueva piedad mariana. No se trataba ya de la fe a la que se abrazó con absoluto abandono aquel niño polaco, sino una devoción madurada por la oración, el estudio y la determinación de vivir la existencia desde la mirada de María, una mirada que todo lo comprendía a partir del amor de Cristo. Una devoción que fue alimentada, además, por el paso enorme que dio el Concilio Vaticano II y que ha quedado hermosamente tallado en el capítulo VIII de la Lumen Gentium.
Capítulo en el cual, el joven Karol Wojtyla, se reconoció plenamente identificado y que, años después, volcaría en dos documentos que estamos llamados a rescatar para su meditación: Redemptoris Mater y Mulieris dignitatem. Dos documentos que tienen una vigencia incuestionable y que erigen a María Santísima como modelo cristiano y de mujer. Documentos que pueden servir como fundamentos para una teología de la mujer que ponga la mirada en su belleza espiritual y sus particulares talentos en estos tiempos en que “están redefiniéndose las bases para la consolidación de su situación en la vida, no solamente familiar, sino también social y cultural”.
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El lema oficial viene a ser una reducción de la fórmula entera de la consagración, que dice Totus Tuus ego sum et omnia mea tua sunt, que significa: “Soy todo Tuyo y todo lo mío es Tuyo”. Consagración que nace como acto libre y voluntario donde se ofrece toda nuestra persona y nuestra vida, y nos entregamos todo entero, en cuerpo y alma, a la Madre de Jesús y Madre nuestra para que, a través de ella, el Espíritu Santo nos transforme conforme a la imagen de Jesús.
San Juan Pablo II, su vida, se nos ofrece como un camino hacia María que, a su vez, es el único camino hacia Jesús. Una vida absolutamente convencida en el amor de nuestra Madre celestial. Una vida ofrecida con todo lo que fue, con todo lo que es y con todo lo que será. Una vida abrazada a una libertad que deposita en sus manos, las mimas manos que acariciaron el rostro de la Salvación, que peinaron sus cabellos, que la alimentaron, que cambiaron sus ropas, que le permitieron sostenerla en sus brazos. “¡Oh María! Soy todo tuyo y todo lo que poseo te pertenece ahora y siempre”. Paz y bien.
Valmore Muñoz Arteaga