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Un camino espiritual para la autoestima

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La Sagrada Escritura nos recuerda que los problemas de autoestima inician cuando caemos en las “comparaciones”, porque ellas nacen de la no aceptación de lo que cada uno es.

Episodios

Una historia que nos ayuda a comprender esta idea, es lo relatado sobre Caín y Abel. Aquí se da el homicidio por la no aceptación de la diversidad y predilección dada por Dios. Esto ocurre de igual manera, cuando el Pueblo de Israel, no fue aceptado por los demás pueblos, lo que desencadenó grandes consecuencias narradas en el sagrado libro.

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Estos episodios bíblicos, nos confirman que quien hace comparaciones termina siendo un gran juez. No es capaz de aceptar la diversidad, ni la elección por parte de Dios a algunas misiones específicas, sino que se siente discriminado afectivamente por el ser supremo.

La filosofía

Leyendo una vez al filósofo Kierkegaard, en una meditación sobre lo que Jesús invita al fijar la mirada en los lirios del campo (Cfr. Mt 6, 28), expresa que el veneno que corroe al ser humano, es precisamente el pensamiento que no deja de hacer “comparaciones”, y que, en esa constante de hacerlo, juzga y pierde el sentido de la propia dignidad; dignidad que se le ha dado con gratuidad. Ser hombre no es inferior a las diferencias, sino algo superior a las mismas.

Es por ello, que la autoestima reside en el reconocimiento de la propia condición de ser obra creada a imagen y semejanza de Dios. He aquí, la verdad fundamental que nos constituye seres humanos. La “comparación” olvida esta dignidad fundamental, para fundar en algo exterior. Es necesario tomar conciencia de lo que somos y disfrutar lo que se nos ha ofrecido a cada uno y en comunidad.

Gratuidad y dignidad

La “comparación” puede llevar a la confrontación, esto mata la gratuidad y diluye la dignidad humana en cada persona. Hay que “educar la mirada”, es decir, educar como vemos las cosas. Para ello, es necesario que la Sagrada Escritura nos enseña a cómo educar el “ojo y el corazón”; alejando todo aquello que produce preocupación y ansiedad, cosas que aparecen en la lógica de la comparación. Y asumir, fortaleciendo lo que la “comparación” quiere ocultar: nuestras debilidades, fragilidades y pecados que necesitamos RESTAURAR.

Una parábola

Los evangelios nos presentan como Jesús observaba y valoraba lo que nadie notaría. Un ejemplo lo encontramos en la parábola de “los trabajadores de la viña” (Mt. 20, 1-16), donde el Señor desenmascara el veneno de la “comparación”: “Estos últimos no han trabajado más que una hora, y los tratas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor”.

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Esta parábola es desconcertante. Tenemos un propietario que no teme recibir críticas y desaprobaciones por algo que, en el fondo, no afecta a sus intereses personales, como es el de los últimos. No teme hacerse impopular, ni encontrarse con la oposición de los trabajadores de las otras horas.

Se perciben qué criterios se manejan en el reino de los cielos. Si se lee con detalle la parábola, el momento del pago evoca una imagen del juicio. Lo que provoca desasosiego en los trabajadores de la primera hora, no es el dinero, sino una mayor “estima y consideración” que se tienen con los últimos que llegaron: “los tratas como a nosotros”. El texto griego, es más elocuente: “Los hace iguales a nosotros” (Mt. 20,12).

En esta frase se delata, que es lo que realmente les importa. No es el dinero, sino el hecho de haberlos equiparado. Aquí se les ha colocado en el mismo plano, sin distinciones. La comparación lleva a vivir en una eterna competencia que busca sobresalir.

Por tanto, el dueño de la viña, anula la comparación y reconoce a todos por igual. El asegura el pago del salario, que es signo, de procurar la dignidad de cada uno para una vida digna. A diferencia quien vive en insatisfacciones y buscando distinciones, siempre será amenazado por el desplazo, que le hace disminuir su autoestima.

Alegría compartida

Esta parábola da respuesta a la pregunta clave de la autoestima. La respuesta consiste en vivir alegre por lo que los demás han hecho en la vida, y lo que yo personalmente he hecho por mi vida, sin caer en compararme.

Por consiguiente, la verdadera autoestima, es la capacidad de salir de sí mismo, viviendo relaciones maduras de familia y amistad, con empatía y solidaridad. La clave de acceso para el reino de los cielos, es aprender a gozarse de la alegría de los demás, esa es la alegría que viene de Dios. Esto es cuestión de entrar por la puerta estrecha, requiere cambiar el lente y el corazón, como lo refería al inicio. Paradójicamente compartimos más las tristezas y duelo de la muerte, que las alegrías de la vida.

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Nos debemos alegrar en comunidad de lo que la gracia del Señor ha hecho en cada uno.  Reconocer y apreciar el bien que hacen los demás, en las situaciones más impensables, es el camino que el Señor nos indica para desinflar preocupaciones inútiles y acceder a la alegría del Señor, manteniendo la verdadera autoestima desde esta línea de espiritualidad.

 Pbro. Jhonny  Zambrano

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