En un documental sobre el atentado terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre del 2001 (11-S) se incluyeron numerosos testimonios de personas sobrevivientes, y uno de los jefes de un escuadrón de bomberos, narró lo siguiente:
Él y diez de sus hombres subían por las escaleras de la torre que recibió el segundo impacto y ya iban a bastante altura cuando al pasar por un ventanal se percató de que ya no se veía la otra torre.
Al instante comprendió que había sucedido lo inimaginable: ¡ésta se había derrumbado!, y al mismo tiempo se dio cuenta de que a su gemela seguramente le sucedería lo mismo así que había que evacuarla de inmediato.
Les había tomado mucho tiempo llegar a donde estaban y calculaban que les tomaría otro tanto llegar a la salida por lo que había que hacerlo lo más rápido posible.
El jefe de bomberos dio la orden a sus hombres y todos comenzaron a bajar las escaleras, como decimos en México: ‘de volada’.
Ya habían descendido varios pisos cuando en eso alcanzó a ver a lo lejos, entre el humo y el polvo, una silueta encogida; se acercó a ver y descubrió que era una mujer afroamericana, ya grande que lloraba desconsoladamente porque no podía más, se le habían acabado las fuerzas y había quedado ahí, incapaz de dar otro paso.
La mujer era corpulenta, por lo cual cargarla no era opción. Había sólo dos posibilidades, abandonarla o ayudarla a bajar y por ello perder un tiempo precioso.
El jefe de bomberos tomó la decisión. Avisó a sus hombres y les pidió a dos de ellos que se colocaran uno a la derecha y otro a la izquierda de la mujer y la sostuvieran, a manera de muletas, mientras la bajaban, dificultosamente, peldaño por peldaño. Los demás los seguían con él al final.
Cuenta uno de ellos que acataron la orden por disciplina pero sentían una terrible impaciencia porque antes iban bajando casi de dos en dos los escalones y ahora en cambio les daba tiempo de poner los dos pies en un escalón, hacer pausa pensando ‘esto se va a caer en cualquier momento‘, bajar otro escalón, poner los dos pies en él y así sucesivamente.
A paso de tortuga habían logrado bajar muy pocos pisos cuando en eso se escuchó un estruendo pavoroso cada vez más fuerte. El edificio se venía abajo; se prepararon para lo peor. En segundos todo se sacudió y se puso oscuro mientras caían escombros alrededor.
Cuando por fin se hizo el silencio y se asentó el polvo el jefe de bomberos, que estaba ileso pero atrapado debajo de algo, comenzó a pasar lista en voz alta y uno por uno todos sus hombres fueron respondiendo. ¡presente y bien! Por último preguntó: ‘¿y nuestra invitada especial?’ y se oyó la voz de la señora: ‘¿se refiere a mí? ¡Ya me volví blanca pero no me importa!’. Todos rieron.
El jefe de bomberos se comunicó por radio con otro escuadrón para reportar: ‘estamos atrapados en la escalera de la torre‘. Le contestaron: ‘¿cuál escalera?’, y pensó: ‘algo debe andar muy mal si ni siquiera saben que hay una escalera’.
Tardaron horas en hallarlos y rescatarlos, y entonces se dieron cuenta de que había sucedido algo extraordinario: el nivel en el que estaban había quedado milagrosamente protegido por una estructura enorme que se había doblado formando una especie de caparazón. Arriba de éste no quedó nada, abajo sólo ruinas.
Comprendieron que si hubieran seguido bajando tan rápido como venían, hubieran llegado a la parte que se destruyó y hubieran sido aplastados. El jefe de bomberos sacó una acertada conclusión: ‘salvar a esa señora nos salvó a todos nosotros‘.
Por Alejandra Sosa