La noticia fue dada a conocer ayer por la Congregación para las Causas de los Santos.
en un comunicado: la ceremonia de canonización del sacerdote francés Carlos de Foucauld (Charles de Foucauld) y de otros seis beatos se celebrará el 15 de mayo. Es una gran alegría, subraya el presidente del Comité Pontificio para las Ciencias Históricas, el padre Bernard Ardura. Es una alegría, añade, «para su familia espiritual, para la Iglesia del Norte de África».
¿Cuál es la lección de Carlos de Foucauld?
Carlos de Foucauld, cuando se convirtió, comprendió una cosa: mi vida debe estar enteramente dedicada a Cristo. Esto es lo que quería vivir hasta el final de su vida. Quería imitar a Jesús, quería reproducir en su propia existencia la vida de Jesús, las virtudes de Jesús. Lo hizo, al principio, yendo a vivir a Tierra Santa, a vivir en la tierra que frecuentaban Jesús y los apóstoles.
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Luego, poco a poco, su fe se purificó, maduró: comprendió que el entorno geográfico no era esencial. Comprendió que tenía que vivir la vida de Jesús cada día. Y vivir interiormente esta comunión con Jesús. Por eso fue al Sahara, donde vivió entre soldados franceses, todos bautizados pero no creyentes, y entre musulmanes. En este contexto quiso ser otro Cristo. Era para ellos un signo de un amor universal. Y por eso pudo decir con razón: soy el hermano universal.
Un testimonio del evangelio
Antes de convertirse en el «Hermano Carlos de Jesús», el joven Carlos, nacido en Estrasburgo el 15 de septiembre de 1858, emprendió la carrera militar. Durante su adolescencia, dejó de lado su fe, pero durante una peligrosa exploración en Marruecos, surgió en él una pregunta: «¿Existe Dios?». «Dios mío, si existes, permíteme conocerte» fue su petición, que ya adquiría los rasgos de la oración incesante que caracterizaría toda su vida.
De vuelta en Francia, De Foucauld se lanzó a la búsqueda y pidió a un sacerdote que le instruyera. Luego se fue en peregrinación a Tierra Santa. En los lugares de la vida de Cristo, encontró su vocación: consagrarse totalmente a Dios, imitando a Jesús en una vida oculta y silenciosa. Ordenado sacerdote a los 43 años (1901), Carlos fue al desierto del Sahara argelino, primero a Beni Abbès, pobre entre los más pobres, y luego más al sur, a Tamanrasset, con los tuareg del Hoggar.
Llevaba una vida de oración, meditando continuamente la Sagrada Escritura, con el deseo incesante de ser un «hermano universal» para toda persona. Murió a la edad de 58 años la noche del 1 de diciembre de 1916, asesinado por una banda de merodeadores que pasaba por allí. Benedicto XVI lo beatificó en 2005.
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