Sergio Centofanti
Hay quienes no lo creían. Una guerra en Europa en el tercer milenio: improbable, casi imposible. Ahora ya hay tantos muertos. Se teme un baño de sangre. Las víctimas inocentes, inermes de siempre, que hubieran querido vivir en paz con los demás, con todos, aunque tienen una bandera distinta. A los poderosos no les interesan los débiles que sucumben. Hay tantos cínicos Herodes por ahí. No se detiene la masacre de los inocentes. Tras el sufrimiento causado por la pandemia, llega el dolor de un conflicto que no sabemos cómo puede degenerar.
Algunos han evocado el riesgo de una tercera guerra mundial. Seguimos creyendo que es imposible. Seguimos pensando que la humanidad no será tan insensata como para volver a caer en ella. Porque la guerra es una locura, es irracional. Es demoníaca. Y el diablo quiere destruir la vida, quiere destruir el mundo. Hoy tiene suficientes armas letales para lograr su objetivo. No demos por sentada la paz en el mundo.
El Papa Francisco, lleno de angustia y preocupación, pide oración y ayuno por la paz. La debilidad de la oración contra la potencia de las armas. ¿Quién querrá creerlo? ¿Quién opondrá el manso ascetismo del ayuno a la fuerza de los cañones? La oración nos une al Padre y nos hace hermanos, el ayuno nos quita algo para compartirlo con los demás: aunque el otro sea un enemigo.
La oración es la verdadera revolución que cambia el mundo porque cambia los corazones. Tenemos pocos recursos contra las guerras porque, sin quitarnos ninguna responsabilidad, el diablo las fomenta, con odio, astucia, maldad. «Esta clase de demonios – dice Jesús – no puede echarse sino mediante la oración».