Ciudad del Vaticano
En su alocución previa a la oración Ángelus del VIII domingo del tiempo ordinario, el Papa Francisco reflexionó sobre el Evangelio del día en el que Jesús nos invita a detenernos sobre la importancia de nuestra mirada y de nuestro hablar.
El Señor, explicó el Santo Padre, nos habla del riesgo que corremos de concentrarnos en mirar la brizna de paja en el ojo del hermano sin darnos cuenta de la viga que hay en el nuestro (cfr. Lc 6,41). Es decir, “estamos muy atentos a los defectos de los demás, incluso a los que son pequeños como una brizna de paja, e ignoramos serenamente los nuestros otorgándoles poco peso”.
Un ciego no puede guiar a otro ciego
“Haciendo esto – afirmó a continuación el Papa – nuestra mirada es ciega. Y si estamos ciegos no podemos pretender ser guías y maestros para los demás: de hecho, un ciego no puede guiar a otro ciego”.
Limpiar nuestra mirada
El Pontífice indicó que, en primer lugar, debemos mirar “nuestro interior para reconocer nuestras miserias. Porque si no somos capaces de ver nuestros defectos, tenderemos siempre a exagerar los de los demás. En cambio, si reconocemos nuestros errores y nuestras miserias, se abre para nosotros la puerta de la misericordia”.
No buscar en los demás el mal sino el bien
La invitación de Jesús es por tanto “mirar a los demás como lo hace Él, que no ve antes que nada el mal sino el bien”, añadió el Papa y precisó:
Dios nos mira así: no ve en nosotros errores irremediables, sino hijos que se equivocan. Dios distingue siempre la persona de sus errores. Cree siempre en la persona y está siempre dispuesto a perdonar los errores. Y nos invita a hacer lo mismo: a no buscar en los demás el mal, sino el bien.
Las palabras que usamos dicen la persona que somos
A continuación, el Papa se refirió a la segunda invitación de Jesús, que llama a reflexionar sobre nuestro modo de hablar. El Señor explica que “de la abundancia del corazón habla la boca”.
Las palabras que usamos dicen la persona que somos. Sin embargo, a veces prestamos poca atención a nuestras palabras y las empleamos de modo superficial. Pero las palabras tienen un peso: nos permiten expresar pensamientos y sentimientos, dar voz a los miedos que sentimos y a los proyectos que queremos realizar, bendecir a Dios y a los demás.
Las palabras pueden destruir a los hermanos
Pero, lamenta el Papa, las palabras también pueden herir como un arma:
¿Hablamos con mansedumbre o contaminamos el mundo esparciendo venenos?
Francisco recuerda también las palabras de D. Hammarskjöld, diplomático suizo que fue Secretario General de la ONU y ganó el premio Nobel de la Paz, quien dijo que “abusar de la palabra equivale a despreciar al ser humano” y concluye con una invitación: preguntarnos qué tipo de palabras utilizamos.
¿Palabras que expresan atención, respeto, comprensión, cercanía, compasión? ¿o más bien palabras cuya finalidad principal es hacernos quedar bien ante los demás? ¿hablamos con mansedumbre o contaminamos el mundo esparciendo venenos: ¿criticando, lamentándonos, alimentando la agresividad difusa?