San Wilibrordo nació en Nortumbría en el 658. Antes de cumplir los siete años, sus padres le enviaron al monasterio de Ripon, gobernado entonces por San Wilfredo. A los veinte años, Wilibrordo emigró a Irlanda, donde se reunió con San Egberto y San Wigberto, quienes habían ido a estudiar en las escuelas conventuales de dicho país, en busca de una vida monacal más perfecta. Con ellos estudió san Wilibrordo durante siete años las ciencias sagradas. San Egberto tenía la intención de trasladarse al norte de Alemania para predicar el Evangelio, pero no pudo realizar su proyecto. Su compañero, san Wigberto, volvió a Irlanda al cabo de dos años de evangelizar sin éxito alguno. Entonces san Wilibrordo, quien tenía treinta y un años y acababa de recibir la ordenación sacerdotal, pidió a sus superiores que le enviasen a esa misión tan ardua y peligrosa. Sus superiores accedieron, y Wilibrordo partió con otros once monjes ingleses, entre los que se contaba San Wigberto.
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El año 690, desembarcaron en la desembocadura del Rin; de allí se dirigieron a Utrecht y después a la corte de Pipino de Heristal, quien los alentó a evangelizar la región de la baja Frieslandia, situada entre el Mosa y el mar. Pipino había arrebatado esa región al pagano Radbodo. San Wilibrordo fue antes a Roma, donde se postró a los pies del papa san Sergio I y le pidió permiso de evangelizar las naciones idólatras. El Pontífice le concedió amplia jurisdicción y le dio reliquias para la consagración de iglesias. San Wilibrordo y sus compañeros predicaron con éxito en la región de Frieslandia que los francos habían conquistado. San Wilfrido consagró obispo a San Wigberto en Inglaterra. Tal vez ello molestó a Pipino, porque Wigberto partió pronto a evangelizar a los boructvaros, una tribu germánica. Pipino envió entonces a san Wilibrordo a Roma, con una carta en la que recomendaba al Papa que le consagrara obispo.
San Sergio le recibió con grandes honores, sentado en la cátedra de San Pedro, cambió el nombre del santo por el de Clemente y le ordenó obispo de los frisios en la basílica de Santa Cecilia, el día de la fiesta de esta santa, en el año 696. San Wilibrordo sólo permaneció en Roma dos semanas antes de volver a Utrecht, donde fijó su sede y construyó la iglesia del Salvador. El celo infatigable con que trabajó por la conversión de los paganos, demostró que con la consagración episcopal había recibido del cielo una gracia especial para ensanchar el Reino de Díos. Algunos años después de su consagración, ayudado por Pipino y por la abadesa santa Irmina, fundó en Luxemburgo la abadía de Echternach, que pronto se convirtió en el centro de su influencia.
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San Wilibrordo misionó también en la Frieslandia superior, donde todavía reinaba Radbodo y llegó hasta Dinamarca; pero lo único que consiguió allí fue comprar a treinta jóvenes daneses, a quienes instruyó, bautizó y llevó consigo en su viaje de vuelta. Alcuino cuenta que, en ese viaje, una tempestad desvió al navío hacia la isla de Heligoland, que los daneses y los frisios consideraban como tierra sagrada. En aquella isla constituía un sacrilegio matar a los animales, comer los productos de la tierra y sacar agua de las fuentes, sin observar profundo silencio. Para desengañar a los habitantes, san Wilibrordo mató algunos animales para dar de comer a sus acompañantes y bautizó a tres personas en una fuente, pronunciando en voz alta las palabras rituales. Los idólatras, que creían que san Wilibrordo se iba a volver loco o iba a caer muerto en el acto, no sabían si atribuir a la clemencia o a la impotencia de su dios, el hecho de que nada sucediese al santo. Finalmente, decidieron informar del suceso a Radbodo, quien mandó echar suertes para elegir a una víctima cuyo sacrificio aplacase al dios. La suerte recayó sobre un miembro de la comitiva de san Wilibrordo, que fue sacrificado por la superstición del pueblo y murió mártir de Jesucristo. Después de Heligoland, san Wilibrordo visitó Walcheren, donde, con su caridad y paciencia, convirtió a muchos paganos. Cuando derribó y destruyó a un ídolo, uno de los sacerdotes paganos le persiguió para darle muerte, pero el santo consiguió escapar y volvió sano y salvo a Utrecht. El año 714 nació Carlos Martel, hijo de Pipino el Breve, quien fue más tarde rey de los francos. San Wilibrordo le bautizó y, según cuenta Alcuino, predijo que su gloria superaría a la de todos sus predecesores.
San Bonifacio le ayudó en ese trabajo, ya que pasó tres años en Frieslandia antes de ir a Alemania. Beda dice en su historia, escrita hacía el año 731: «Wilibrordo, llamado también Clemente, vive todavía. Es un anciano venerable, que lleva treinta y seis años de ser obispo y suspira por el premio celestial, tras haber superado muchas pruebas espirituales». El beato Alcuino le describe como hombre de estatura regular, de aspecto venerable y elegante, de palabra y carácter llenos de gracia y alegría, prudente en el consejo, incansable en la predicación y el ministerio apostólico, atento siempre a no descuidar la oración pública, la meditación y la lectura espiritual.
San Wilibrordo y sus compañeros implantaron la fe en muchas regiones de Holanda y de los Países Bajos, en las que San Armando y San Lebvino no llegaron a penetrar. Gracias a sus labores, los frisios, que constituían un pueblo bárbaro y rudo, se civilizaron y progresaron en la virtud, poco a poco. Con frecuencia se califica al santo de «Apóstol de Frisia», título al que tiene perfecto derecho, pero no hay que olvidar que san Wigberto desempeñó también un papel muy importante en los primeros años de la misión y aun parece haber sido la principal cabeza. Por lo demás, los frisios, como los otros pueblos, no se convirtieron con la rapidez que los hagiógrafos medievales suponen. «Wilibrordo fue para Inglaterra lo que Columba habría sido para Irlanda, ya que inauguró un siglo de influencia espiritual de Inglaterra en el continente» (W. Levison).
San Wilibrordo acostumbraba ir de vez en cuando a hacer un retiro en Echternach. Al fin de su vida, se retiró definitivamente a dicho monasterio, donde murió a los ochenta y un años de edad, el 7 de noviembre del 739. Fue sepultado en la iglesia abacial, que desde entonces se convirtió en sitio de peregrinación. En dicho santuario se celebra, el miércoles de Pentecostés, una curiosa ceremonia llamada «la danza de los santos». No sabemos qué origen tiene, pero lo cierto es que se ha llevado a cabo desde 1553 hasta el presente (excepto de 1786 a 1802). Se trata de una procesión que va desde el puente del Sure hasta el santuario. Los participantes, en filas de cinco y tomados de la mano, avanzan bailando al son de la música; por cada tres pasos que dan hacia adelante dan dos hacia atrás. En la procesión toman parte sacerdotes, religiosos y aun obispos, y la ceremonia termina con la bendición del Santísimo. Cualesquiera que sean sus orígenes, el hecho es que la procesión reviste actualmente un carácter penitencial y tiene por fin rogar por los epilépticos y por todos los que sufren enfermedades mentales. La fiesta de san Wilibrordo se celebra también en Holanda y en la diócesis inglesa de Hexham.