Una de las prácticas que se proponen en el recorrido del tiempo de cuaresma para preparar la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, es el sacramento de la reconciliación, conocido históricamente como la confesión, una oportunidad de abrazar el amor de Dios y recuperar la dignidad de hijos del Padre Creador.
El presbítero Miguel Duque, párroco de la Santísima Trinidad explica que la confesión es “un regalo que nos ofrece el Señor, quien, como al hijo pródigo, nos abraza, nos levanta del pecado, nos devuelve la dignidad siempre y cuando reconozcamos nuestros errores y debilidades”. Ninguno está exento de caer en cualquier pecado, sin embargo, Dios en su misericordia responde al que con humildad le busca reconociendo las veces que se han colocado en primer lugar los caprichos o los vicios que el mundo ofrece.
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“La proximidad con los días santos nos debe recordar que el Señor murió en la cruz por nuestros pecados, sean éstos grandes o pequeños, y esto debe despertar en nosotros la necesidad de acercarnos a la gracia del Padre” comenta el Padre Duque. De manera que, observar la entrega de Jesús y el dolor de su pasión y crucifixión, es el paso vital que impulsa a acercarse al sacramento de la reconciliación.
Luego, el catecismo de la Iglesia Católica explica que sólo Dios perdona los pecados y en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los ministros de la iglesia, es decir, los sacerdotes, para que lo ejerzan en su nombre. Esto debe proveer la confianza de que en el ejercicio de la confesión es posible experimentar un verdadero encuentro con Dios.
La certeza de que es Dios quien perdona los pecados, ha de mover el corazón del cristiano para reconocer las faltas y lamentar las culpas. El examen de conciencia y la contrición también se pueden realizar apoyándose en el catecismo de la Iglesia y en la tabla de los mandamientos. Sin embargo, ante la dificultad que puede presentarse para expresar los pecados, es posible pedir al sacerdote que ayude a realizar una buena confesión.
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Decir los pecados ante el sacerdote es un elemento esencial de este sacramento. Es una forma de orar como Cristo enseñó “Perdona nuestras ofensas”. En este punto, cabe tener clara la seguridad de que el numeral 1467 del Catecismo declara que todo sacerdote que oye confesiones está obligado a guardar un secreto absoluto sobre los pecados que sus penitentes le han confesado. (…)Este secreto, que no admite excepción, se llama «sigilo sacramental».
Para concluir, el efecto del sacramento es la reconciliación con Dios que «tiene como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual», refiere el Catecismo. La oración de absolución que pronuncia el sacerdote en el nombre de la Trinidad Santa, devuelve la amistad y la gracia de Dios, que se perfecciona al atender la penitencia.
Ana Leticia Zambrano