Había una ciudad llamada minimalista en el planeta tierra. Esa ciudad se llamaba así porque había sido invadida por el virus de la ley del mínimo esfuerzo, la cual influía en todos sus ciudadanos. Entre los síntomas que caracterizaban a los ciudadanos de esta ciudad se encontraban: la mediocridad, la desidia, la autosuficiencia y el conformismo.
En ese contexto en esa ciudad había un joven anónimo que estaba padeciendo los síntomas del virus de la ley del mínimo esfuerzo en su vida. En una mañana mientras ese joven dormía, pues era su mejor relajación (hobby) porque mientras dormía se olvidaba del sin sentido de su vida.
Fue así como mientras dormía se sumergió en un sueño profundo en el que se encontraba en un lugar desolador, frío y solitario. En dicho lugar había una cárcel tipo cementerio o cementerio tipo cárcel… pues sus ciudadanos estaban muertos, pero curiosamente no tenían ni las fuerzas para salir de sus propias tumbas.
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Cuando el joven entra a ese cementerio tipo cárcel se dirige a una de las tumbas, en la que se encontraba una señora bastante fea, lenta y pesada. El joven con una sensación bastante curiosa por todo lo que estaba viendo le pregunta: hola, mucho gusto, yo me llamo… y tú ¿Cómo te llamas? Yo me llamo depresión. Y ¿Qué quiere decir ese nombre? Mi nombre significa la total incapacidad de hacer las cosas, es decir, es la inmadurez en el desarrollo de la personalidad del hombre que se refleja en la desesperación y desaliento porque nada encuentra sentido dijo la señora.
El joven al escuchar y presenciar todo eso que estaba viendo se asustó mucho, porque en su ciudad minimalista estaba reinando el virus de la mediocridad que tenía como síntomas las características de esa señora. Pero el joven con ganas de seguir averiguando qué estaba sucediendo siguió caminando por el cementerio tipo cárcel de ese lugar cuando se encontró con un señor metido en una tumba que trataba de salir del lugar por medio de un lazo, el cual estaba tratando de hacerlo llegar a la tumba de al lado para proponerle a su vecino poder sacarlo y luego ese vecino pudiera hacer lo mismo con él.
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Pero lo curioso era que el lazo estaba roto por partes y no llegaba a la tumba del vecino, ya que era muy corto y además necesitaba pegarlo, sin embargo, era imposible hacerlo porque ese lazo no era de cabuya gruesa sino de hilos muy frágiles, por tanto, así lograra unir esos pedazos de hilo, lo cual era (casi) imposible, ni siquiera así podría sacar a su vecino de la tumba porque ese lazo de hilo roto se iba volver a romper.
Cuando el joven vio todo eso, le preguntó al señor. ¿Por qué ese lazo está roto y es de hilo y no de cabuya gruesa? El señor al escuchar esa pregunta de ese joven anónimo rompió en llanto como un bebé y con la mirada agachada hacia su ombligo le respondió: aquí estamos las personas que rompimos la relación armónica con el creador, con los demás y con nosotros mismo.
Vale decir, aquí estamos los egoístas que pensábamos que no necesitábamos de los demás para vivir. Y este lazo de hilo roto es el resultado de nuestra autosuficiencia, pues nunca pedimos ayuda a nadie y ni mucho menos ayudamos a nadie. Entonces sucedió que el joven al escuchar al señor decir todas esas cosas, se puso más nervioso porque el virus que había llegado a su ciudad minimalista el de ser egoístas pensando que no se necesita de nadie era uno de los síntomas que más hacía daño. Pero como el joven seguía con un corazón inquieto buscando razones a lo que estaba viendo decidió seguir caminando por ese lugar, hasta llegar a un punto donde se encontró con un viejo gordo, inmenso, pesado acostado en su tumba.
Cuando el joven llegó hasta donde estaba el señor gordo le preguntó: ¿Tú quién eres? Yo me llamo pereza y soy el jefe de este cementerio tipo cárcel, ya que todos los que están aquí son mis esclavos y trabajan para mí, de hecho, todos ellos están flacos, pero yo estoy gordísimo porque ellos en sus vidas vivieron para alimentarse.
Por eso, ahora todos ellos se encuentran muertos para siempre y privados de libertad, porque son mis esclavos y servidores. ¡Wao! exclamó el joven anónimo… este lugar es muy feo y solitario, aquí no hay vida ni amigos. Y buscando escapar de ese lugar tan horrible empezó a correr porque además había un tigre negro con mirada gris que buscaba atraparlo para no dejarlo huir y le gritaba: Te voy a atrapar porque eres mi siervo y todos tus ciudadanos de la ciudad minimalista, donde reina la ley del mínimo esfuerzo para hacer las cosas son mis súbditos y aquí les tengo las tumbas esperando para cuando lleguen.
Y mientras el joven seguía huyendo el tigre negro continuaba corriendo con más fuerza, hasta que le quitó la ropa que tenía el joven con las garras de su pata derecha. Así fue como el tigre lo dejó desnudo listo para ser comido por sus mandíbulas.
Entonces fue cuando el tigre negro le dijo: así desnudos es como están mis súbditos que viven en la ciudad minimalista ya casi listos para comer, a menos que se conviertan y se vuelvan a revestir con el vestido que les dio el Señor Altísimo, ese Dios viviente que llaman ellos… Entonces ya cuando el tigre negro terminó de decir eso y teniendo ya su presa lista para comerla aconteció que invadió una luz fuerte el lugar y el joven desapareció de ese sitio.
En ese momento el joven se despertó del sueño muy asustado por todo lo que había visto y comprendió que tenía que cambiar de mentalidad, actitud y vida para no ser esclavo de ese señor gordo que había visto en ese lugar mientras soñaba. Y en ese instante se levantó rápidamente de su cama, se vistió con el traje blanco que tenía desde que se había convertido en hijo de Dios en su Hijo Jesucristo, el cual lo tenía sucio, roto y abandonado, pero estaba dispuesto a dejarlo impecable como lo había recibido antes.
Cuando el joven se vistió empezó a advertir sobre todo eso que había presenciado en el sueño a todos sus ciudadanos, para que se convirtieran, volviendo al Dios viviente. Huyendo de la ciudad minimalista del mínimo esfuerzo gobernada por la pereza y se fueran hacia la ciudad cristiana de la cruz donde habitaban los ciudadanos que se esforzaban continuamente con entusiasmo para hacer el bien. Precisamente en esa ciudad cristiana de la cruz era donde se vivía la ley del máximo esfuerzo para hacer vida la voluntad de Dios en sus vidas, con el fin de poder alcanzar la vida para siempre donde reina el amor.
Pbro. Jonathan Parra