El Papa Francisco envió un mensaje a los participantes del Encuentro con Instituciones y Organismo de ayuda a la Iglesia de América Latina y el Caribe, reunidos en Bogotá durante la primera semana de marzo, invitándoles a valorar la los gestos y las acciones de ayuda a los necesitados, más allá de los resultados.
“Cuando hacemos un esfuerzo, como en el caso de las ayudas que se destinan a la Iglesia en América Latina, es natural que pretendamos un resultado. No obtenerlo podría estimarse un fracaso o al menos nos deja la sensación de haber trabajado en vano. Pero una tal percepción parecería ser contraria a la gratuidad, que evangélicamente se define como dar sin esperar nada a cambio (cf. Lc 6,35)”.
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El Pontífice indica que no somos más que administradores de los bienes recibidos y por lo tanto, el centro de la actuación y la reflexión debe marcarse en hacer la obra con la gratuidad y el amor que Cristo ha enseñado con su ejemplo y con su propia vida.
Interrogantes
Así, invitó a realizar un ejercicio de interrogación alrededor de la labor de ayuda y de evangelización a la luz de la Palabra de Dios “como haría un periodista: ¿Quién da? ¿Qué da? ¿Dónde da? ¿Cómo da? ¿Cuándo da? ¿Por qué da? ¿Para qué da?”
En la primera interrogante, Francisco refiere que “Dios es el que da y no somos más que administradores de unos bienes recibidos, por ello no debemos gloriarnos, sino asumir con humildad la responsabilidad que este don reclama.
Al responder a la segunda pregunta ¿qué nos da el Señor?, el Santo Padre recuerda que la respuesta es simple: nos lo ha dado todo. Nos ha dado la vida, la creación, la inteligencia y la voluntad para ser dueños de nuestro destino, la capacidad de relacionarnos con Él y con los hermanos. Más aún, se nos ha dado Él mismo infinitas veces, sobre todo, en la entrega de Cristo en la cruz, en su presencia en el sacramento de la Eucaristía, en el don del Espíritu Santo.
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Para contestar ¿dónde se da el Señor?, indica el Papa Francisco que Dios se da en medio de su Pueblo, en todos sus hijos. Es una verdad que no se puede evadir. “No rehuyamos por tanto a quien anda a ciegas, a quien queda caído al borde del camino, a quien está cubierto de lepra o de miseria”.
Y a las preguntas: ¿cómo y cuándo se da el Señor a su Pueblo? El Obispo de Roma señala que es muy simple: siempre y totalmente. Dios no pone límites, mil veces pecamos, mil veces nos perdona. Espera en la soledad silenciosa del Sagrario que volvamos a Él, mendigo de nuestro amor.
Por eso, el Santo Padre escribe que el esfuerzo no es inútil, porque hay un fin. Dándonos así, imitamos a Jesús que se entregó para salvarnos a todos. Abrazar la cruz no es signo de fracaso, no es un trabajo en balde, es unirnos a la misión de Jesús de llevar «la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos».
Vía Vatican News