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Sermón de las 7 palabras

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La meditación de las siete palabras del Crucificado nos brinda una oportunidad de contemplar el misterio redentor desde la propia experiencia y sufrimiento del Señor. No son palabras lanzadas al voleo. Son expresiones que brotan desde la experiencia personal de quien tiene la conciencia de ser el Cordero de Dios sacrificado para el perdón de los pecados. Surgen del dolor, pero ante todo del acto decisivo del cumplimiento de la voluntad de Dios Padre.

Hoy, queremos presentarlas como palabras iluminadoras del misterio de la Iglesia, fundada por el Señor Jesús para que continúe su obra a lo largo de la historia y hasta los confines de la tierra. No en vano, siendo el Cuerpo de Cristo, será reconocida como sacramento universal de salvación y comunión (cf. L.G. 1; A.G. 1).


Nos disponemos a ver tres facetas de esa Iglesia comunión, Una, Santa, Católica y Apostólica: la Iglesia bonita, sencilla y pascual. Pretendemos dar algunas pinceladas desde las palabras del Crucificado para así renovar nuestro compromiso bautismal. No debemos de olvidar cómo el Bautismo nos incorpora a la muerte y resurrección de Jesús y, además de hijos de Dios, nos transforma en “testigos del Resucitado”. Es con esta cualidad con la cual recibimos el mandato evangelizador que vivimos como miembros del pueblo sacerdotal, la Iglesia, que nace de la Pascua del Señor.

II

Desde la Cruz, el Redentor pronuncia algunas palabras que muestran la belleza de la Iglesia. La que le dirige a su Madre, tiene que ver con la identidad propia de la Iglesia, El evangelista nos refiere la preocupación de Jesús por su Madre, a quien ve sola. La acompaña un discípulo, el amado. A ella le dirige una voz de estímulo y confianza. “MUJER HE AHÍ A TU HIJO”: con ella le está garantizando que no se queda sola, sino bien acompañada por los discípulos y seguidores de Jesús, a quienes Éste ha convertido también en sus hijos.

De allí el complemento pronunciado seguidamente por Jesús: “HIJO, HE AHÍ A TU MADRE”. Los primeros intérpretes de la Palabra de Dios coinciden en dos cosas importantes: una primera es la referencia a María, la Mujer y Madre; no se queda sola, pero, a la vez, recibe a la humanidad como parte de su maternidad.


La otra tiene que ver con lo que tiene de significado profundo el simbolismo de la maternidad y la filiación. María representa a la Iglesia que comienza a nacer. Y el nuevo hijo, representado en Juan el Discípulo amado, quien es símbolo de la nueva humanidad que conforma a la Iglesia (…).


La Iglesia bonita a la que pertenecemos se engalana precisamente con esa misma actitud de misericordia. Ella, es decir, con todos sus miembros y acciones que le son, no sólo está destinada a hacer llegar el perdón a toda la humanidad de parte de Dios. Está llamada incluso a perdonar a quienes le persiguen, o atacan, o insultan, o incomprenden… También a ella le corresponde poner en práctica la misericordia y decir ante quienes no la quieren o atacan: “PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”. Puede ser que algunos de sus miembros fallen y no acepten ni perdonar ni pedirlo al Padre… pero en cualquier momento y lugar, ella está llamada a mostrar esta hermosura de actitud que la hace sentir Cuerpo de Cristo capaz de perdonar y llevar a todos a la plenitud de la salvación.

Entonces, sale a nuestro encuentro otra característica que embellece a la Iglesia en unas novedosas palabras del Redentor. Uno de los ajusticiados le reclama que actúe si es verdad que es tan poderoso. El otro le manda a callar a ese compañero y osa pedir un favor: “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. Jesús hubiera podido permanecer en silencio y hacerse el distraído, pues estaba sufriendo lo indecible desde la noche anterior. Pero, al contrario de lo que se podía esperar responde al buen ladrón con una expresión inédita: “HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO”. (…)¿Por qué es importante esta palabra? Además de lo señalado anteriormente, retorna la idea de la misericordia: una misericordia capaz de escuchar al buen ladrón, de acogerlo en su comunión, de darle una respuesta a la solicitud hecha.

III.
En la Cruz nos conseguimos a un Dios auténticamente humanado. Es decir, encarnado y que vive todo lo que experimenta un ser humano, menos el pecado. Aun así, está pagando el rescate de la humanidad hundida en el pecado del mundo. Desde la experiencia terriblemente humana del Crucificado podemos darnos cuenta de cómo sintió al máximo los dolores y el abandono. En un determinado momento exclama “¡DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?!”. Es dura la soledad del ajusticiado. Sólo parece estar acompañado por los gritos insultantes de quienes participan en la crucifixión (…).

El colmo del abandono, soledad e indefensión llega cuando urgido de refrescar su garganta y el resto del cuerpo con un poco de agua clama “TENGO SED”. La respuesta no se ha esperar. Un soldado moja una esponja con vinagre y en forma de burla le da a probar la pócima que pone en sus labios. No es sólo burla… quizás andaba buscando secar su garganta para que no volviera a pedir más nada. Total, ya estaba llegando al final. Quien había dado de comer y beber a tantos hermanos, ahora no recibía ni una gota de agua. Tuvo la experiencia de aquel Lázaro del cual había hablado en una de sus palabras. Experimentaba en carne propia la maldad de quienes no darían de beber al sediento… ¡Y pensar que él perdonaría esa actitud con su entrega liberadora en las manos de su Padre Dios!


(…) Como bien lo enseña el Papa Francisco, por ser sinodal y caminar junto con toda la gente, la Iglesia debe tener oídos para escuchar los gritos desgarradores de tantas personas a lo largo del mundo. No hay, sino que ver alrededor para descubrir cómo hay tantos hombres y mujeres que gritan pensando en el abandono que sufren.
¿No es acaso lo que acontece en tantas partes, lo cual conocemos y permanecemos impávidos ante los noticieros o las redes sociales que nos transmiten las situaciones inhumanas vividas cruelmente por nuestros hermanos? (…) Es también el caso de los migrantes que sufren los ataques de las mafias que controlan sus pasos y los manipulan, ante el silencio de los dirigentes políticos y sociales de las naciones… Es, asimismo, la situación que viven tantos indefensos y vulnerables dominados y esclavizados por las mafias que trafican con personas, que manejan el degradante negocio de la prostitución, o siguen promoviendo el comercio de muerte del narcotráfico…


IV.

En la predicación, en la liturgia, en todos los actos de la Iglesia se transmite la liberación pascual de Jesús: De allí que, aún en el correr de los siglos de la historia humana, no se repite sino se hace memorial lo realizado por Jesús: “EN TUS MANOS, PADRE, ENCOMIENDO MI ESPÍRITU”. Es la entrega pascual del Cordero, quien sigue haciendo realidad por medio de la Iglesia el “TODO ESTÁ CUMPLIDO”. La Iglesia bonita y sencilla adquiere también la cualidad de ser pascual. No es una Iglesia de meros recuerdos, sino de la actualización de la Pascua liberadora de Jesús. Esto lo deberá hacer con su predicación del Evangelio y la edificación del reino, en su salida al encuentro de todos sin excepción a fin de contagiarles de lo que conlleva su pascua: la libertad de los hijos de Dios.(…)

V

(…) Estamos invitados a continuar meditando acerca del misterio pascual del Señor… meditación que nos ha de conducir a un compromiso real con todos nuestros hermanos. Vivimos en un mundo que busca todo lo contrario: pero la Iglesia no le teme ni a la incomprensión, ni a las amenazas, ni a la persecución… La Iglesia actúa en nombre de su Señor, el Cordero de Dios, Víctima pascual inmolada por nuestra salvación… La Iglesia escucha los clamores de la gente y le da el agua de la libertad en el amor, el perdón refrescante que viene de Dios, la cercanía fortalecida por la encarnación del Hijo de Dios, la seguridad de un Paraíso de comunión… La Iglesia actúa así porque sabe que su Maestro y Fundador ha cumplido su misión y se la ha entregado para que continúe poniendo en las manos del Padre la vida y acciones de todos los seres humanos.


Nos preparamos para la Vigilia Pascual. Allí resonará la voz triunfante del Cordero inmolado para transformarnos a todos con su entrega liberadora y pascual. Que esta meditación y nuestras oraciones, apoyadas en la Palabra, nos permitan reconocer que nuestra Iglesia ha recibido la tarea de ser BONITA, SENCILLA Y PASCUAL, precisamente porque actúa en el nombre del Crucificado y Resucitado. AMÉN.

Mons. Mario Moronta 

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