El 8 de agosto, la Iglesia Universal celebra la fiesta de Santo Domingo de Guzmán, sacerdote, fundador de la Orden de Predicadores, conocidos como Dominicos, y quien recibió de la Santísima Virgen la petición del rezo del Santo Rosario.
Domingo, cuyo nombre que significa “consagrado a Dios”, nació en Caleruega, España, el año 1171 en el seno de una familia religiosa. Desde la juventud se caracterizó por sus gestos de bondad y ayuda a los necesitados. Su generosidad lo llevó a desprenderse de lo que consideraba sus bienes más preciados, los libros, cuando en una época de hambruna los vendió para socorrer a los pobres.
Acompañando a su Obispo a una visita en Francia, se percató de la poca fe de la gente y de la actitud de los misioneros, que no se correspondía con la predicación del evangelio. Se propuso entonces anunciar el Reino de Dios, viviendo la humildad, la cercanía con la gente y el desprendimiento material.
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El portal de noticias de EWTN describe esta etapa de Santo Domingo de Guzmán como una muestra de que la fe se propaga más con los hechos y la piedad, que solo con las palabras:
“Sus armas para convertir eran la oración, la paciencia, la penitencia, y muchas horas dedicadas a instruir a los ignorantes en religión. Cuando algunos católicos trataron de acabar con los herejes por medio de las armas, o de atemorizarlos para que se convirtieran, les dijo: «Es inútil tratar de convertir a la gente con la violencia. La oración hace más efecto que todas las armas guerreras. No crean que los oyentes se van a conmover y a volver mejores porque nos ven muy elegantemente vestidos. En cambio con la humildad sí se ganan los corazones».
El Papa Inocencio III le concedió el permiso para crear la Orden de Predicadores, que se conformó inicialmente con 16 integrantes instruidos por Santo Domingo y enviados a enseñar y a vivir el evangelio.
Santo Rosario
En el año 1214, Santo Domingo de Guzmán recibió de la Santísima Virgen María, la petición del rezo del Santo Rosario. El portal “Formación Católica” refiere la narración del Beato Alano de la Rupe en su famoso libro intitulado De Dignitate Psalterii:
«Viendo Santo Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró en un bosque próximo a Tolosa y permaneció allí tres días y tres noches dedicado a la penitencia y a la oración continua, sin cesar de gemir, llorar y mortificar su cuerpo con disciplina para calmar la cólera divina, hasta que cayó medio muerto. La Santísima Virgen se le apareció en compañía de tres princesas celestiales y le dijo:
“¿Sabes, querido Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?
– Oh Señora, tú lo sabes mejor, fuiste el principal instrumento de nuestra salvación.
–Pues sabes– añadió ella– que la principal pieza de combate ha sido el salterio angélico, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Por ello, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, predica mi salterio”
En adelante, Santo Domingo dedicó su vida a propagar la devoción del rezo del rosario, oración que compila la obra de Cristo, acompañado por su santísima madre.
Domingo y Francisco
Antiguas tradiciones señalan que Santo Domingo observó en revelaciones cómo la Virgen lo señalaba a él y a San Francisco de Asís, como “dos hombres que con sus obras iban a interceder” para librar al mundo de la ira de Dios.
El día siguiente de esa revelación, Domingo y Francisco de Asís se encontraron. Ese es el origen de la visita que, con ocasión de la Fiesta de Santo Domingo, los franciscanos hacen a los dominicos, y en la fiesta de San Francisco, los dominicos se reúnen con ellos en un compartir fraterno.