Desde hace algunos meses he venido leyendo sobre la necesidad de distinguir entre “deseo” y “necesidad”, ciertamente direccionado desde el ámbito psicológico que puede ser una gran herramienta para nuestra vida espiritual.
Para ello, es necesario clarificar, que el “deseo” tiene su raíz muy vinculada a nuestra propia historia, memoria, afectos e incluso fantasías que a veces no son tan fácil de concretar. La “necesidad” por su parte es más fácil de encarnarla en un objeto inmediato, del cual necesitamos su utilidad.
Clarificar
Es reduccionista asociar el “deseo” solo al placer o lo sexual, por lo contrario, el “deseo” atraviesa todos los aspectos de la vida, es decir, nuestro ámbito intelectual y espiritual, nuestras relaciones interpersonales y la recreación.
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El “deseo” tiene un elemento de continuidad que orienta, da dirección y sentido de vivir; mientras que la “necesidad” se mueve por algo puntual y limitado.
Manenti en su obra “vivir los ideales”, define el “deseo” como la capacidad de “encauzar todas nuestras energías hacia un objeto que estimamos central para nosotros”. Esta tendencia a desear, ciertamente se mueve por algo significativo para nuestra vida.
El “deseo” compromete a toda la persona, hay una relación con los afectos y los pensamientos, es decir, es una especie de bisagra que une: cognición, sentimientos-emociones y voluntad. Estos elementos están presentes en cualquier decisión que la persona humana tiene que tomar.
Cuando estos tres elementos están en sintonía, nos ayudan a saber qué queremos con nuestra propia vida, a afrontar riesgos, aceptar renuncias, superar obstáculos y continuar el camino.
Trascendencia
Según el filósofo Von Hildebrand se distinguen tres tipos de deseos: uno asimilable a la necesidad, por ejemplo, el ducharse o comer. Un segundo, es el que busca un bien que echa en falta, por ejemplo, desear terminar una carrera universitaria, ser feliz, enamorarse. Y un tercero, como respuesta a algo presente que coloca en juego la libertad de la persona de forma permanente, por ejemplo, decidir una opción de vida: casarse o consagrarse a Dios.
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Como vamos observando, el deseo nos lleva a transcender en la propia vida, va más allá de simples necesidades de un momento, esas “necesidades” que se vinculan con lo inmediato, puntual y para ya. El “deseo” va más allá, a largo plazo, con proyectos claros, sacrificios y renuncias, ofrecidos desde el amor. Un ejemplo de esto es que para ser sacerdote son 10 años de formación humana, académica, pastoral y espiritual. Para casarse, es necesario prepararse en un noviazgo, para ser ingeniero es necesario estudiar cinco años. Al cumplir el deseo, se tiene el gusto de la satisfacción de transcender en plenitud en algo que anhelábamos por un tiempo y necesitó un proceso.
Conciencia
Es necesario que cada persona posea conciencia, cierta estabilidad, libertad y mirada transcendente de la inmediata necesidad que tenga. Cuando el “deseo” no es conocido y educado se puede correr el riesgo de confundirlo con la “necesidad”, la cual es más sencilla de satisfacer, pero es más superficial y pasajera, no ayuda a transcender y por lo tanto deja más insatisfacción.
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En este sentido, el deseo, las cosas, las acciones y las elecciones tienen una gran importancia en nuestra vida, ya que van adquiriendo un significado simbólico y afectivo, en ellas se puede alcanzar lo que es fundamental para la vida. Aquí está la clave del discernimiento entre deseo y necesidad.
Por tanto, es necesario que quede claro que la afectividad tiene gran influencia en la vida intelectual, por ello podemos mencionar que la palabra “recordar” significa mantener en el corazón. Así podemos concluir que los afectos estimulan o limitan el conocimiento. Guardemos en nuestro corazón aquellos deseos buenos que nos ayudan a crecer, a ser mejores personas y transcender hacia Dios y aquellos que nos rodean.
Pbro. Jhonny Zambrano