Frías las noches decembrinas en la San Cristóbal de casi un siglo. La rigidez de tiempos brutales había disminuido en los finales del gomecismo. Hombres de bien sustituyeron a los caracteres cerriles y montaraces de viejos dictadores que tuvieron en su puño la integridad y el destino, sometiendo a su brutal arbitrio la vida de sus congéneres. Afortunadamente este ritmo cruel se atenuaría. En 1933 se organizó una comisión para alegrar la navidad de los innombrados, desposeídos e ignorados, aquellos que para algunos ni siquiera existían.
La Junta Directiva del Árbol de Navidad para Niños Pobres se constituyó con periodistas y estudiantes del liceo Simón Bolívar a quienes se sumó la Sociedad Bolivariana de Damas. Luego de la emoción espiritual de las misas de aguinaldos con los templos abarrotados de la muchedumbre fiel a su creencia, en las afueras estallaba el ruido de bandas de música, desfiles de pólvora y el reparto alocado de caramelos y regalitos, abalanzándose la chiquillería en los andenes de la Plaza Bolívar y calles aledañas en busca de cualquier objeto lanzado desde los vehículos decorados.
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Para los desvalidos, la Fiesta del Niño Pobre se hacía el 25 de diciembre en la mañana. Constituía como gran novedad la actuación de un conjunto de gaitas marabino. El furro, las maracas y los tambores eran desconocidos por el público sancristobalense. La Banda del Estado interpretó el Himno Nacional y la convocatoria para asistir a “quienes desde la cuna persigue el espectro de la miseria” se inició.
El recinto mayor de la ciudad se vio colmado de ellos, los excluidos. Niños famélicos, anémicos, casi desvestidos “con una palidez de cera” y residentes en los suburbios de San Cristóbal, acudieron con sus madres y abuelas. Estas, hambrientas y desarrapadas se presentaron ante la necesidad. Unos dos mil quinientos obsequios fueron distribuidos, esencialmente ropa y calzado. Un pantaloncito, una camisita y un par de alpargatas atenuaron la miseria de largos días. Inclusive, una mujercita triste, madre de cinco rapaces, ganó la rifa de una póliza de seguros que quién sabe si la emplearía con juicio.
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El Niño Jesús deparó rostros felices en esa navidad de los estertores del gomecismo. Los fugaces favorecidos retornaron a sus ranchitos de las afueras donde no hubo bullicio, ni música, menos pólvora, tampoco pesebres. Apenas un chamizo con una raída guirnalda revelaba que la época más feliz del año dejó en ellos un instante de alegría. Los recordados con su pobreza, representaban sin esconderla la familia santa de Belén.
Luis Hernández Contreras Cronista oficial del Municipio San Cristóbal