La lógica de Dios no es la del mundo y, mucho menos de quienes han optado por la oscuridad. Con la realización del misterio de la encarnación, el Hijo de Dios dio plenitud a los mandamientos de la Ley de Dios y los sintetizó en uno fundamental: la nueva ley del amor, que instituyó durante la Última Cena.
Ya, antes, durante su ministerio público, fue mostrando las características de dicho mandamiento: su práctica abarcaba a todos, incluso a los mismos enemigos o a quienes no la pensaban de la misma manera.
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La Palabra de Dios que hoy nos presenta la Liturgia dominical así nos lo señala. En el episodio narrado en la primera lectura nos muestra la verdadera actitud del creyente en Dios. David, quien había entrado en conflicto con Saúl, luego de haber sido preconizado como su sucesor, tuvo la gran oportunidad de asesinarlo. No lo hizo por sentir temor de Dios, que lo llevó, entre otras cosas a respetar al rey en ejercicio, Saúl.
La envidia de éste lo llevó a perseguir a muerte a David y la respuesta del sucesor fue clara: respetó su vida, aún a pesar de lo que aquel le estaba haciendo.
El trozo del evangelio de Lucas que hoy nos regala la liturgia va por esa línea, pero “in crescendo”; es decir, con pasos adelantados: “Por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada: su recompensa será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desgraciados”. Esta última expresión, a la vez, halla su fundamento en el mismo texto evangélico: El Padre Dios es misericordioso.
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En el mundo de hoy, la lógica es contraria. Como se dirá en otro lugar del evangelio, la forma de actuar tiene la medida del “ojo por ojo y diente por diente”. Además de la existencia de enemigos, va surgiendo una especie de adversarios de la fraternidad y la convivencia pacífica. Parecieran guiarse por la conseja del filósofo “el hombre es el lobo del hombre”.
Por eso mismo, se experimenta en quienes se creen poderosos un ansia de arrogancia, prepotencia y poder malsano. Todo ello con sus terribles consecuencias: menosprecio de los demás, así como el considerarlos como poca cosa. Y cuando los que sufren estas situaciones, precisamente debido al “ojo por ojo…” reciben como respuesta, persecuciones, descalificaciones, insultos y hasta encarcelamiento.
Pero la actitud del hijo de Dios no es la del tonto que no reacciona. Tiene la obligación de ver la manera de defenderse. Su primera forma de defensa es con el amor a los enemigos. ¡Cuántas veces a muchos perseguidos y hasta torturadores, no les ha tocado en la historia ser los protectores de sus verdugos! Lo más fácil es el dejarlos y abandonarlos… pero, la lógica de Dios es distinta y sólo puede ser asumida por la fe y el amor. “Perdonen y serán perdonados… pues con la medida con que ustedesmidan se les medirá”.
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Ejemplo claro de todo ello lo encontramos en Jesús. No olvidemos cómo lo primero que pide al Padre en el inicio de su agonía martirial fue el perdón: “Padre, perdónalos pues no saben lo que hacen”.
Desde esta misma experiencia, los seguidores de Jesús hemos de tener conciencia que nos hemos identificado con Él por el Bautismo. Una consecuencia clara nos lo recuerda hoy Pablo en la segunda lectura: somos ciudadanos del cielo; hombres del cielo.
Para poder cumplir con este compromiso y responsabilidad, le pedimos a Dios nos enseñe a cumplir, de palabra y de obra, lo que a Él le complace (Oración colecta): que no es otra cosa que amar, incluyendo a los enemigos y adversarios.
Mons. Mario Moronta