Iniciamos la Semana Santa y preparamos el Triduo Pascual, recordando un episodio importante para la misión del Señor. Su confrontación con los fariseos, escribas y sumos sacerdotes había desembocado en la triste decisión de parte de ellos de aniquilar al Maestro. No era el pensamiento del pueblo sencillo, de los publicanos y pecadores, de los despreciados del Pueblo de Israel. Jesús había anunciado que debía morir para poder realizar eficazmente su misión y así cumplir la voluntad del Padre.
Pocos días antes de la Pascua, el Señor decide entrar a Jerusalén como lo hacían los reyes de su época: en un jumentillo (así entró también en el vientre materno en Belén). El relato de Juan nos dice que a medida que avanzaba, la gente sencilla del pueblo lo iba recibiendo con sus mantos. Ya cerca de Jerusalén mostraron mayor entusiasmo y alababan a Dios. “Bendito el rey que viene en el nombre del Señor”.
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La gente reconocía que era el rey, el Mesías. Esto mismo convertía la furia de sus adversarios en rabia y sed de venganza ante la impotencia de frenar al pueblo. Aunque hubiera mandado a callarlos, relata Juan que las piedras gritarían.
La Liturgia nos presentará también otros textos y la Pasión relatada según Lucas. Pero la clave para esta celebración y su intencionalidad preparatoria del triduo pascual, la hallamos precisamente en el hecho de la entrada regia y triunfal de Jesús a Jerusalén. Está llegando a la meta donde será coronado como Rey en el trono de la Cruz. Los únicos que entienden el sentido de lo que acontecía es el pueblo llano, sencillo, los más pequeños.
Dentro del marco del año jubilar que realizamos, la entrada triunfante a Jerusalén nos da unas pistas para reafirmar nuestra tarea de ser “peregrinos de esperanza”. Es lo que hace Jesús. No entra con protocolos diplomáticos. Es el peregrino que ha ido enrumbando su vida y misión hacia Jerusalén. A lo largo de su caminar peregrinante hacia la Jerusalén de la salvación, va contagiando una nueva esperanza a quienes son capaces de abrir su mente y su corazón. Sólo los obcecados de corazón y de dura cerviz no lo entienden y prefieren eliminarlo para sentirse tranquilos.
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No falta quien pensaba que Jesús era un liberador político. Esto lo manifestaron hasta unos discípulos que iban desconsolados hacia Emaús. Sin embargo, la esperanza de todo un pueblo superaba las incongruencias de quienes vieron en Jesús un líder o caudillo más, como lo fue Barrabás. Reconocen que viene a traerles una esperanza cierta que no defrauda. De allí que lo reconozcan como el Rey que viene en el nombre del Señor, por lo cual recibe la calificación de “BENDITO”.
En este tiempo jubilar, la conmemoración de la Semana Santa puede y debe estar marcada por el signo de la esperanza que cambia y que nos hace sentir la fuerza del Salvador. Para ello, como nos invita el Papa Francisco, somos “peregrinos de esperanza”. Celebrar hoy el domingo de ramos implica que hemos de ir al encuentro de los hermanos, sobre todo los más sencillos y pequeños para anunciarles que todos podemos ser “peregrinos de esa esperanza” para que muchos se conviertan y logren cantar también “Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor”. Lo hacemos con signos externos (la palma bendita), pero ante todo con el testimonio de nuestras propias vidas.-
Mons. Mario Moronta Obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal