Me dirijo a ustedes, como su obispo y servidor, para reflexionar sobre la inestimable riqueza que poseemos en la Reserva del Santísimo Sacramento y el culto que le tributamos fuera de la misa. Si bien la eucaristía es principalmente el sacrificio de la misa, la reserva de las sagradas especies no es un mero accesorio, sino una extensión necesaria de la caridad de Cristo.
La Iglesia reserva las sagradas especies, en primer lugar, para que aquellos fieles que no pueden estar presentes en la misa especialmente los enfermos y los ancianos puedan unirse a Cristo y a Su sacrificio mediante la Comunión sacramental. Hermanos, este acto es la manifestación más tierna de la solicitud de la Iglesia por sus hijos más vulnerables.
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Pero la reserva tiene también un segundo y fundamental propósito: permitir la práctica de la adoración a este gran sacramento. Al permanecer Jesús en el Sagrario, se nos invita a rendirle el culto de latría el culto que solo se debe a Dios. Por lo tanto, los exhorto vivamente a que promovamos y participemos en todas las formas de culto y adoración eucarística, tanto en lo privado de nuestra oración personal como en lo público y comunitario, según las normas aprobadas por la Iglesia.
El lugar de reserva del Santísimo Sacramento debe ser un testimonio de nuestra fe. El sagrario debe estar en la parte más noble, insigne y destacada de la iglesia, convenientemente adornada y, fundamentalmente, apropiada para la oración. Que el espacio que rodea al sagrario invite al recogimiento, con suficientes asientos y reclinatorios, para que el encuentro con Jesús Sacramentado sea un verdadero momento de paz y diálogo.
Como pastores, tenemos la estricta obligación de vigilar que no haya peligro de profanación. Se prohíbe estrictamente reservar el Santísimo Sacramento en lugares que no estén bajo la segura autoridad del obispo diocesano.
Donde exista el menor riesgo de profanación, o si la reserva se realiza de forma negligente, es mi deber revocar inmediatamente la facultad concedida. El cuerpo de Cristo es nuestro tesoro más preciado y su custodia exige nuestra máxima vigilancia.
En el ejercicio de la caridad, recordamos a los ministros (sacerdotes, diáconos y ministros extraordinarios) que llevan la comunión a los enfermos. El traslado de la sagrada eucaristía exige el máximo respeto al cuerpo de Cristo. El ministro debe ir directamente desde el lugar de reserva hasta el domicilio del enfermo, excluyendo mientras tanto cualquier otra actividad profana. Este itinerario directo es una manifestación pública de la seriedad del ministerio y de la fe en la presencia real.
Les recuerdo que nadie puede llevar la Sagrada Eucaristía a su casa o a otro lugar fuera de las normas del derecho. Sustraer, retener con fin sacrílego o arrojar las sagradas especies son considerados graviora delicta, cuya gravedad y pena nos recuerdan la inmensidad del Misterio que tocamos.
Amados hijos, que la adoración ante el sagrario nos fortalezca en el camino de la santidad. Vayamos a visitar a Jesús, que nos espera día y noche.
Mons. Lisandro Rivas
Obispo de la Diócesis de San Cristóbal


