A continuación, homilía de la primera misa de aguinaldo en la parroquia Nuestra Señora del Carmen, la cual está basada en la exhortación apostólica Dilexi Te del Papa León XIV.
El “descenso” de Dios
Queridos hermanos, en esta segunda madrugada de camino hacia el Pesebre, la Palabra de Dios y el Magisterio del Papa León XIV nos invitan a contemplar un misterio asombroso: el “descenso” de Dios.
Nuestra fe no se trata de un Dios lejano que exige sacrificios, sino de un Dios que “se hizo pobre” para compartir nuestra fragilidad. Como nos dice la Exhortación Apostólica Dilexi te, Jesús no solo es un Mesías que ayuda a los pobres, sino que es el “Mesías de los pobres y para los pobres”. Les presentaré cinco ideas centrales del segundo capítulo de esta Exhortación del Papa.
I. El pesebre: El lugar de los excluidos
El Papa nos recuerda que la pobreza marcó cada paso de la vida de Jesús. Desde el principio, Lucas nos da una frase que debe sacudir nuestro corazón en este adviento en preparación a la Navidad: “No había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2,7).
Jesús experimentó la exclusión, la misma que sienten hoy tantos hermanos nuestros que no tienen vivienda, que son migrantes o que viven en la precariedad. Al nacer en un pesebre y ser envuelto en pañales, Dios está diciendo: “Yo estoy aquí, con los que no tienen lugar”. Nuestra opción por los pobres no es una moda política, es una opción teológica porque Dios mismo la hizo primero en Belén.
II. La “Debilidad” de Dios por los pequeños
La carta Dilexi te usa una expresión hermosa: habla de una auténtica “debilidad” de Dios hacia los que menos tienen. Dios no es indiferente al grito del pobre; al contrario, Su corazón tiene un “sitio preferencial” para ellos.
En nuestra parroquia, muchas veces nos preocupamos por las formas externas de la Navidad, pero los profetas Amós e Isaías nos advierten: no se puede rezar ni ofrecer sacrificios mientras se oprime al débil. La verdadera Misa de Aguinaldo se celebra con el corazón puesto en aquel que tiene hambre o soledad. El amor al prójimo es la prueba de que nuestro amor a Dios es de verdad.
III. Jesús, el Artesano que “no tiene dónde reclinar la cabeza”
Contemplemos la condición social de Jesús: fue un téktōn, un carpintero, un hombre de trabajo manual que vivía al día. Sus padres ofrecieron tórtolas en el Templo, la ofrenda de los pobres.
Él nos enseña que la pobreza y la precariedad son signos de confianza absoluta en la Providencia del Padre. Seguir a Jesús en esta Navidad significa aprender a desprendernos de las seguridades falsas de este mundo para poner nuestra seguridad solo en Dios.
IV. La Iglesia de las Bienaventuranzas
El Papa León XIV nos lanza un reto directo: “La Iglesia, si quiere ser de Cristo, debe ser la Iglesia de las Bienaventuranzas”. Una Iglesia que camina “pobre con los pobres”.
En nuestras comunidades de San Cristóbal, esto significa ser una Iglesia donde el pobre no sea un invitado extraño, sino el protagonista. Jesús nos da un consejo práctico para nuestras cenas navideñas: “No invites a tus amigos ricos… invita a los pobres, a los lisiados, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte!” (Lc 14,12-14). Esa es la gratuidad del Reino.
V. Un protocolo para la eternidad: Mateo 25
Finalmente, hermanos, la Exhortación en este segundo capítulo que hoy reflexionamos, nos recuerda el “protocolo” sobre el cual seremos juzgados: Mateo 25. La fe sin obras está muerta. No podemos decirle al hermano necesitado “vete en paz, caliéntate y come” sin darle lo que necesita.
Cada moneda compartida, cada plato de comida entregado en estas misas, cada gesto de compañía al anciano solo, es un préstamo que le hacemos al Señor. La promesa es clara: “El que se apiada del pobre presta al Señor, y él le devolverá el bien que hizo” (Pr 19,17).
Que en este segundo día de aguinaldos, al ver el pesebre todavía vacío en nuestras iglesias, recordemos que Jesús ya está presente en el “Lázaro” que pide a nuestra puerta.
Señor Jesús, Mesías de los pobres, enséñanos a amarte en los hermanos más débiles. Que esta Navidad no sea de lujos y descartes, sino de fraternidad y justicia. Amén.



