Estuve revisando el video de la rueda de prensa ofrecida por el ministro de relaciones interiores, justicia y paz, Néstor Reverol, el 22 de enero de 2020, a las 11:49 am, en el canal Venezolana de Televisión (VTV).
La mencionada rueda de prensa, con presencia de los altos directivos del CICPC, fue motivo para dar información acerca de las estadísticas de los crímenes en los últimos años, del asesinato de un sacerdote en Táchira y el caso de un secuestro, cuyos detalles serán dados posteriormente por el Director del CICPC.
La rueda de prensa tuvo una duración de 17:18 minutos, repartidos en 6:29 minutos para el primer punto de la agenda, 9:17 minutos para el segundo punto y un minuto y medio para el tercer punto. Es decir, que el punto referido al asesinato del sacerdote Jesús Manuel Rondón Molina tuvo un tratamiento del 53,66% del tiempo destinado a la rueda de prensa. Es decir, que el ministro le dio una extraordinaria importancia al caso, en virtud del tiempo ocupado para su reporte frente a las cámaras.
Ahora bien, de los 9:17 minutos de información sobre el caso, 4:11 minutos se refirió al hecho perpetrado por el adolescente y el supuesto motivo que lo llevó a cometer el crimen; mientras que los siguientes 5:06 minutos (el 65%) los dedicó el ministro a emitir juicios de valor con intencionalidad política sin guardar pertinencia directa al caso específico del crimen mencionado.
Mientras el ministro Reverol hablaba, se podía leer subtítulos como estos: “Se demuestra que hay curas pedofílicos que actúan en complicidad de la Iglesia” y “Se demostró que habían unos sacerdotes que se iban a dedicar a esta aberrante práctica”, como recursos visuales para dar fuerza al mensaje verbal.
Si analizamos dichos juicios de valor puede identificarse un orden de los argumentos esgrimidos con la misión de atacar a la Iglesia Católica: (a) Según Reverol, el caso demuestra claramente la existencia de curas organizados dentro de la Iglesia para la práctica continua de la pedofilia militante con la complicidad de algunas autoridades de la Iglesia Católica, que se hacen la vista gorda ante tan grave situación. (b) Según Reverol, algunas autoridades de la Iglesia Católica trepan los púlpitos para dedicarse a la política y corromper el evangelio, por lo que deberían hacer una campaña profiláctica para execrar de sus filas a los sacerdotes que se dedican a la práctica aberrante de la pedofilia. (c) Según Reverol, cuando suceden este tipo de acciones, la feligresía se aleja cada vez más de la Iglesia buscando otros cultos. (d) Todo esto para reiterar que la revolución bolivariana es una revolución cristiana que profesa la iglesia con “i” mayúscula. (e) Finalmente, amenaza con llevar las investigaciones hasta sus últimas consecuencias a fin de investigar a quienes instigan al odio, trepando el púlpito y profanando el evangelio, a la vez que citaba erróneamente una fecha de la publicación del Don Quijote de la Mancha para demostrar su pobre erudición.
En síntesis, se puede observar que el interés del ministro Reverol no era informar sobre el crimen sucedido, violando las normas del secreto que ha de acompañar a las investigaciones que debe realizar el CICPC, sino el de descalificar a la Iglesia Católica atacando a las “autoridades”, es decir a los obispos y sacerdotes, generalizando un comportamiento ciertamente cuestionable y que todos debemos rechazar, a partir de un hecho específico.
La idea de atacar a nuestros pastores consiste en provocar la apostasía de los católicos para que emigren a otros cultos cristianos, entre los cuales torpemente presenta a la revolución bolivariana como una revolución cristiana, única opción de cristianismo a la que se le permite permear la política. Los políticos bolivarianos predican falsamente un cristianismo acomodado a sus intereses y, sectariamente, rechazan otras posibilidades, entre las que está la Iglesia Católica que incomoda, como recientemente manifestó el presidente Maduro con respecto a la homilía de Mons. Víctor Basabe durante la celebración de la Divina Pastora en Barquisimeto.
Definitivamente, el plan para perseguir a nuestra Iglesia está en marcha. Cada vez es más descarada esta escalada de violación a los derechos a la libertad de culto, de libre asociación, de expresión de las ideas.
Este es un asunto que compete a todos los católicos. No es ámbito exclusivo de los obispos. Es una oportunidad que se le presenta a los laicos para formarnos en las Sagradas Escrituras y en Doctrina Social de la Iglesia, para organizarnos a fin de generar opinión pública y política eclesial, para evangelizar en las calles, en el trabajo y en los centros de estudio, para ser testimonio de discípulos de Cristo.
Debemos salir a la calle, a los medios y pedir la palabra en los templos para desmentir lo dicho por Reverol: nuestros curas no son aberrados ni están organizados en especie de bandas pedofílicas; nuestros obispos no profanan el evangelio ni trepan el púlpito porque es el lugar propio para brindar sus enseñanzas; ninguno de nuestros pastores ni líderes instigan al odio; que el evangelio tiene una dimensión social que permea la política, porque somos ciudadanos de una República que necesita ser cristianizada. También salir de las iglesias para desenmascarar a los falsos profetas que se autodenominan cristianos auténticos descalificando a la Iglesia Católica, la de la “i” mayúscula, por ser la fundada por Cristo.
Tenemos que prepararnos para una persecución que podría incrementar su violencia gradualmente. La idea fundamental para los falsos profetas es correr de la Iglesia a los hermanos más débiles en la fe y dejar los templos vacíos para justificar expropiaciones de templos, de tal manera que nos quedemos sin pastores ni templos para celebrar la eucaristía de manera pública. Aquí es donde el Espíritu Santo nos convoca a desarrollar la creatividad para mantener viva la única Iglesia creada por Jesucristo y pensar más en una Iglesia de cuadros que de masas, es decir, de pastores, religiosos y laicos líderes de comunidades preparados para la lucha contra el Mal más que de templos repletos de gente.
Como nos enseñó San Juan Pablo II en su visita de 1996: “Despierta y reacciona, es el momento”.
Eduardo Moronta R.
