El primero de octubre, entre otras medidas el presidente del Ecuador, Lenin Moreno, propuso aumentar el precio de los combustibles fósiles bajo el argumento que el subsidio que el Gobierno aporta solo beneficia a las altas clases ecuatorianas y a las mafias contrabandistas. Proponiendo a Venezuela como ejemplo de contribuciones no favorables en cuanto a economía se refiere, pues un país que subsidia tanto y sin precaución al final sucumbirá.
En todo caso, al día siguiente del ordenamiento nacional. La nación ha amanecido agitada. Están claros, al subir los precios de la gasolina, la economía sensiblemente aumentará y es un precio que las clases más vulnerables del país no están dispuestas a pagar. El transporte público y privado se paraliza y los traslados inter provinciales se detienen, las clases se suspenden en todo el país y entonces se dirá que el paro acaba de comenzar. Después, los estudiantes empiezan a marchar y el centro histórico de Quito siente lo estrepitoso de los enfrentamientos que cada vez irán agitándose más. ¿Y el Presidente? ¿Qué hace?, se mantiene firme en su decisión, dispuesto a no ceder, decreta estado de excepción y traslada la sede de gobierno hasta Guayaquil, luego deja ver que lo convulsivo del país se debe a un intento de golpe de estado producido desde Caracas por Correa y Nicolás Maduro a quien llama Sátrapa, un término de tono fuerte pero que técnicamente solo significa, “Abusador de Autoridad”.
Al transcurrir ocho días de paro, los diálogos con los transportistas han dejado un aumento de diez centavos a los pasajes urbanos dentro de la ciudad capital. ¿Fin de la discusión? No. Así no funciona en la mitad del mundo. El malestar continua y el remedio lo tienen los milenarios indígenas. Son tantos y tan fuertes en la línea Ecuatorial que paralizan las principales ciudades del País, secuestran a militares y empiezan a marchar hacia la ciudad capital. Hay saqueos y las conjeturas no paran por doquier, otros cobran donde se hacen barricadas y las fechorías no frenan de suceder. A esta altura, se cuentan muertos, decenas de heridos y los apresados se juzgan por generar caos y desorden en un país donde la democracia se hace frágil. En el aeropuerto detienen a 17 venezolanos que según la Ministra de Gobierno llevarían información de alto calibre a los predios de la Revolución Bolivariana, luego, los indígenas han llegado; y la ciudad entonces es un hervidero de marchas y cauchos quemados, los productos básicos venidos de la sierra empiezan a escasear y las pérdidas económicas son alarmantes. Moreno llama al diálogo y militariza el país, un toque de queda que se responde con campanadas de la Iglesia y un gran cacerolazo nacional.
Hacen caso omiso a esto y queman la Contraloría, atacan dos medios de comunicación y amenazan con embestir los alimentadores de agua. Proclaman que no quieren caer en las garras del neoliberalismo que ha venido con el préstamo al Fondo Monetario Internacional. Entonces diminutivos de ayuda a los hermanos indígenas se escuchan por doquier, no los de las clases burócratas que claman un etnocidio absurdo. Pero entonces el Presidente según lo establecido en la constitución debe regresar a la sede oficial de Gobierno y en dialogo con los líderes indígenas termina por ceder y firma la paz. El decreto 833 se anula y al día siguiente todo vuelve a la normalidad. Al final han sido 12 días de paro nacional que solo ha comenzado porque un litro de gasolina les costaría un dólar de más. En todo caso, se imaginan lo que harían allá si tuviesen que dormir en la cola para surtir. Tal vez por eso un meme se hizo viral: “Venezuela aprende a Protestar”.
Yosmer Landazabal