EDITORIAL
«Aunque no necesitas nuestra alabanza, tú inspiras en nosotros que te demos gracias, para que las bendiciones que te ofrecemos nos ayuden en el camino de la salvación por Cristo, Señor nuestro», dice una oración del prefacio de la Misa. Esa es la alabanza, un camino de salvación, porque en esta manera de orar se “reconoce de la manera más directa que Dios es Dios” (CIC 2639).
En la alanza reconocemos al Señor Dios dueño del cielo y de la tierra, y a Él confiamos toda nuestra vida presente y futura, las alegrías y tristezas, la prosperidad del trabajo y las adversidades de la vida cotidiana, en cada momento debemos decirle: ¡Bendito sea Dios”.
“Alabar es como respirar oxígeno puro: te purifica el alma, te hace mirar a lo lejos, no te deja encerrado en el momento difícil y oscuro de las dificultades”, explicaba el Papa en catequesis del 13 de enero de 2021.
Pero no confundamos la alabanza con una canción, y repetir palabras con el acompañamiento de una música inspiradora que exalte las emociones. La alanzaba es mucho más que eso: recocer la grandeza y el poder de Dios.
Hoy también al dirigir nuestra oración de alabanza a Dios, en medio de las tristezas y angustia que ha impuesto la pandemia, confiemos nuestra vida y de los enfermos en su Divina Providencia: “Bendito eres tú, oh Señor”.