El hombre experimenta la necesidad de amor y busca la forma de poder darlo y recibirlo. Todo estado de vida, casado, soltero o consagrado, está marcado por la experiencia de amar desde la experiencia de haber vivido el amor de Dios. Él mismo nos ha dicho “ámense unos a otros como yo los he amado”. Ante esto surge una interrogante ¿se puede dar a Dios lo que no se ha logrado dar al hombre?
Opuestos
Contrario al amor aparece la soberbia, ella es expresión de la posesión irrespetuosa de sí y del otro, es no querer depender de nadie, es no haber amado a nadie, es ser super-eficientes pero incapaces de un diálogo personal con otro, de donarse, de ayudar, de acompañar, de escuchar, de sentir con el otro. Por ello, la humildad se convierte en la antítesis de la soberbia, estando muy unida a la pureza de alma en lo carnal.
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Es necesario tener conciencia de la necesidad de llevar una “vida afectiva equilibrada”, teniendo cuidado que no sea signo de perfección que lleve al narcisismo, conocido este como la capacidad estructural para depender de otro, al que se considera como un objeto y que se usa hasta que sirva, en un ambiente totalmente utilitarista.
La propia historia
Es importante la relación de amor con la propia historia, que comprende las heridas del pasado, las fragilidades, las experiencias negativas; haciéndolo desde la certeza de sentirse amado tal como uno es, esto lleva a la sanación de estas heridas, venciendo el ansia de ocultar aquello que es negativo y doloroso de la propia historia. Hay que leer el pasado con gratitud, con actitud de asombro a lo que está por venir, todo desde el gran amor de Dios, el Señor nos ayuda a descubrir cómo amar rectamente.
Formarse
La gran mayoría de hombres y mujeres no han recibido una formación de cómo afrontar sus emociones, su sexualidad, su sed de amor y de ser amados. Es curioso determinar en los evangelios, como se dedica poco a los peligros de la sexualidad, pero se alerta sobre la agresión verbal frente al hermano, hablar mal del otro, la dureza de corazón o la soberbia.
Suele pasar que el que se cree un ángel, termina convirtiéndose en una bestia. Esto nos ayuda a comprender que el mundo emocional es más amplio y fuerte en la gestión que lo sexual.
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En esta línea de ser conscientes de la necesidad de formarse para saber gestionar nuestra vida emocional, san Juan Pablo II nos recuerda en “Redemptor hominis” (nº 10): “El hombre no puede vivir sin amor. Él sigue siendo para sí mismo un ser incomprensible, su vida carece de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente”.
Conclusión
El área afectiva-sexual bien gestionada ayuda a crecer a la persona de forma libre afectivamente, esto es producto de haberse sentido amada teniendo como efecto saber amar. Esto es una decisión de mente y corazón.
Esta buena gestión lleva a la persona a tener un equilibrio humano que le permite estar de pie, ayudándola a tener la seguridad y autonomía que facilitan las relaciones sociales y la amistad cordial, al igual que la responsabilidad propia de un adulto, siendo libre para dar y recibir.
La madurez afectiva ayuda a tener mejores relaciones, apuntando a tener la capacidad de vivir juntos y crear comunión, cada uno desde el don de su llamada y la misión encomendada por el Señor. Es hacer germinar el don de la comunión.
Pbro. Jhonny Zambrano