La sexualidad entendida como genitalidad, puede ser una manifestación privilegiada del afecto, pero no necesariamente. La sexualidad puede vivirse desde una desvinculación de los afectos también.
En este sentido, podemos pensar en las situaciones de perversión en donde se reduce al otro a un objeto para centrar la agresividad y la frustración. Por otro lado, la afectividad puede no tener expresiones sexuales como es el caso de la vida consagrada y del celibato y tener otros modos de expresión dentro de la vida comunitaria, en los servicios apostólicos y la amistad.
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Por ello, la afectividad y la sexualidad tienen un carácter simbólico, al igual que su referencia estructural a significados ocultos que puede dar para diversas opiniones, lecturas distintas. Algunos hechos que puedan pensarse que son de problemas sexuales, pueden tener sus causas en otros elementos como la autoestima, la madurez, la capacidad de donación en relaciones profundas y estables.
Una característica propia de la madurez afectiva es la capacidad de vivir la “renuncia”, es decir, como una persona puede perseverar en una elección, aunque no haya recibido las gratificaciones esperadas, hablemos de la vida sacerdotal, religiosa o matrimonial, donde se ha tomado una decisión, de renunciar a muchas personas, para elegir una en el caso de la vida matrimonial o elegir una vida de celibato, entregado a una comunidad cristiana en la labor apostólica.
La capacidad de renuncia reconoce que la motivación afectiva de la persona no está vinculada únicamente con el placer y la gratificación inmediata, sino que es sublimado desde condiciones que llevan a pensar en el bien común desde un valor mayor.
La renuncia y la tensión
En este orden de ideas sobre la renuncia, hay que pensar en la tensión que esto puede producir, para ello pensaremos en una tensión de renuncia y una tensión de frustración. La renuncia no puede ser evaluada como elemento central de la motivación, ella no perturba a la persona, no le quita la serenidad, porque no es vista como algo indispensable y necesario para la propia vida. Si esto fuera así, la tensión sería solo frustración y haría de la vida sacerdotal y consagrada algo imposible de vivir, nadie podría sentirse satisfecho de la opción tomada.
La diferencia en este tipo de renuncia radica en la capacidad de autodominio, poder vivir libre y consciente a causa de la tensión, que es algo propio de la lucha espiritual, que es característico de la vida cristiana.
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La persona madura no pierde la paz frente a la tensión, es capaz de mantenerse en esa situación, mostrando así una libertad de fondo que no se extravía en medio de las dificultades y los conflictos.
Otra característica que ayuda en esta distinción entre la tensión de renuncia y tensión y frustración, consiste en que tal debilidad se advierta explícitamente como tal y no tenga la necesidad de ser negada con justificativos de todo tipo.
Es necesario vivir la renuncia de forma “egodistónica”, es decir, reconociendo la importancia de que el joven sienta su debilidad como un cuerpo extraño a su personalidad, como algo que no querría, que entra en coalición con su ideal y contra lo que lucha con todo su ser.
Por tanto, la tensión puede llegar a ser fecunda y hacer de la vida algo interesante. Es necesario tener un acompañante espiritual mediante una progresiva disciplina de su vida afectiva, mostrando la importancia de la renuncia e invitando a llevar a cabo algunas renuncias concretas en su vida. Es un camino difícil pero liberador.
Pbro. Jhonny Zambrano