Culminando unos Ejercicios, la Madre Félix se encontraba sumergida en una meditación sobre las apariciones de Jesús a María Magdalena y a Pedro, cuando fue objeto de las divinas misericordias. “Vi a Jesús, escribe, delante de mí con los ojos del alma, con más certeza y mayores efectos que si lo viera con la vista corporal”. La expresión «ojos del alma» parece extender sus brazos amorosos hacia mí, llamándome por mi nombre y punzando sutilmente en mi corazón.
Ahora bien, ¿tenemos alguna idea de lo que esta frase significa? ¿Qué logramos reconocer con los ojos del alma? Me remonto a Plotino, filósofo griego, para volver a la idea de que solo por medio del alma podemos experimentar la belleza. La belleza es en sí misma el resplandor de su esencia y tiene como residencia la inteligencia iluminada por el bien, ya que solo el bien la despierta, la aviva. El resplandor del bien es el que actualiza a la belleza.
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Escribe el Papa Francisco en Dilexit Nos: «Cuando nos parece que todos nos ignoran, que a nadie le interesa lo que nos pasa, que no tenemos importancia para nadie, él [Jesús] nos está prestando atención» Jesús nos presta atención desde la mirada serena, atenta y despierta de su corazón, y nos mira, muchas veces, con admiración. Su mirada que es el rostro de ese resplandor profundo que es la verdad y que es, al mismo tiempo, frontera entre el silencio y la palabra. Su mirada tierna que describe cómo en el amor hay más silencio que palabra.
Mirar con amor desde el amor, pues, como señala el Papa Francisco: «El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo». Quizás por ello nos ha traído a la dinámica actual al Sagrado Corazón de Jesús, ya que en Él tenemos un camino siempre abierto a la experiencia del amor vivido, no solo con todos los sentidos, sino con cada sentido despierto en su mirada que mira desde el amor.
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Cuando contemplo la Cruz es imposible no recordar a Benedicto XVI. Su magisterio marcó este íntimo momento al ayudarme a comprender que en Cristo sufriente entramos en conciencia de que la belleza de la verdad implica ofensa, dolor y, sí, también el oscuro misterio de la muerte, que solo se puede encontrar en la aceptación del dolor, y no en su rechazo. Cristo en la cruz es el amor «hasta el fin» (Jn 13,1). Su sufrimiento agonizante es una caricia para nuestra vida que nos susurra quedamente que «hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos» (Jn 15,13) Amor que se entrega por mí y que quiebra mi condición de esclavo para elevarme a la condición de amigo. La mirada desde la cruz es toda una antropología del acercamiento.
Una mirada que abre en tres caminos distintos. Se abre para indicarnos que esos tres caminos es el camino, un mismo camino. Un camino hacia el Padre: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 45). Un camino hacia los lados: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Un camino hacia abajo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo…» (Jn 19, 26-27). «Perdónalos, no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). Una mirada que donde quiera que se pose ofrece la misma fragancia de su fuente: amor, que es todo lo que hay en el alma y por eso, en ella, cuando es iluminada por el bien, se derrama la belleza que nos invita siempre al reconocimiento. Paz y Bien, a mayor gloria de Dios.
Valmore Muñoz Arteaga