Fe creída, Fe vivida
Pbro. Jhonny Alberto Zambrano Montoya
En el presente artículo, seguiremos profundizando la enseñanza social que san Pablo VI nos aporta respecto AL DIÁLOGO, visto como un modo de ejercitar la evangelización en el mundo sociopolítico descubriendo sus virtudes, una forma de transcender desde las realidades humanas al querer de Dios.
Una de LAS VIRTUDES DEL DIÁLOGO que menciona Ecclesiam Suam (ES), es la CLARIDAD. Esto supone transparencia por parte de los interlocutores al momento de intercambiar sus opiniones. San Pablo VI indica que serán las facultades del hombre, inteligencia y voluntad, las que hagan que esto ocurra, guiados por la libertad que busca crecer en la actividad y cultura humana.
Esto se dará, motivados por la iniciativa de una de las partes, para estimular la diligencia entre ambas, y hacer del lenguaje un canal de comprensibilidad, cercanía, encarnación, propiedad e identidad de las partes.
Una segunda es la AFABILIDAD, y que el mismo Cristo indica: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). Podríamos decir, que es la amabilidad, urbanidad, gentileza y cortesía que hace de los seres humanos personas en comunión de amor, movidos por ello a desterrar el orgullo, la palabra hiriente, la ofensa.
Ante esta tensión, entre afabilidad e injuria, san Pablo VI propone el diálogo como expresión de valoración del otro, «por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone; no es un mandato ni una imposición. Es pacífico, evita los modos violentos, es paciente, es generoso» (ES 38).
Una tercera virtud será LA CONFIANZA, que lleva a que las dos partes en diálogo, se abandone en disposición de escucha, aceptación y propuesta frente al otro. Debe hacerse desde un acto de fe y confianza en la buena intención del otro, expresada en su palabra y gestos, acogiendo y buscando acuerdos.
Ciertamente, esto no se improvisa, requiere un proceso de familiaridad y cercanía, que lleva a la amistad movida por la caridad a buscar no la propia satisfacción, sino de adhesión al bien común; propio del fin que busca el diálogo en lo sociopolítico, para que los seres humanos gocen de confianza y todos se sumen a esta búsqueda común de bienestar y desarrollo integral.
LA PRUDENCIA PEDAGÓGICA cierra este grupo característico de virtudes del diálogo. Ella como madre de todas las virtudes ayuda a observar, determinar, discernir y elegir los mejores canales de diálogo para crear acuerdos, según sean las condiciones psicológicas y morales de las partes que entran en diálogo, uniendo caridad e inteligencia.
Es una característica que hace de maestra de las anteriores, ya que ayuda a tener la sensibilidad para poder ser claro, amable y cercano creando un clima de confianza, logrando adaptarse razonablemente a cada circunstancia del aquí y ahora, donde es necesario dialogar.
Estas son las virtudes con las que la Iglesia asume su compromiso de dialogar, teniendo como fundamento la búsqueda de la verdad. La verdad no está en el diálogo, sino que es el diálogo el medio para llegar a ella. El diálogo no es negociación de la verdad, sino su búsqueda. Pablo VI dirá: «los diálogos fecundos consisten en escuchar y preguntar», el dar y recibir produce fecundidad, es decir, vida.
Con estas cuatro virtudes se establece la base para un proyecto de humanización a través del diálogo. Es probable que el interlocutor a quien se dirige la invitación de dialogar no las quiera asumir, entonces ¿CÓMO INICIAR EL DIÁLOGO CON AQUELLOS QUE NO ESTÁN DE ACUERDO EN DIALOGAR?
Con ellos hay que tener una gran apertura para realizarlo, teniendo en cuenta las indicaciones del Magisterio eclesial. Pero no hay que olvidar que muchos de los miembros de los sectores con los que hay que dialogar, no son miembros de la Iglesia: hay que hacerlo no con sentido excluyente, sino reconociendo que existen dos realidades que se encuentran: sociedad e Iglesia.
El mundo se salva desde dentro, como Cristo se encarnó para salvar dentro de la historia. Por ello, el diálogo se hace desde las realidades concretas, y aunque la Iglesia como jerarquía no interviene directamente en asuntos políticos y temporales, se interesa por ellos, forma y orienta a sus fieles.
De parte de la Iglesia no se puede asumir la actitud negativa, que pueda tener incluso la otra parte. Y no se trata de claudicar ante el otro. Se trata sencillamente de brindar las oportunidades para que el diálogo se dé. La Iglesia ha de ser fiel a su misión. No importan los condicionamientos. Se mueve por el amor y es en él como ha de crecer.
EL DIÁLOGO ES UN ACTO DE AMOR, aunque el otro no lo entienda así; pero sí ha de sentirlo. Nadie es extraño a su corazón. «Y por eso la Iglesia tiene un mensaje para cada categoría de personas: […] lo tiene para el mundo del trabajo y para las clases sociales, lo tiene para los artistas, para los políticos y gobernantes, lo tiene especialmente para los pobres, para los desheredados, para los que sufren, incluso para los que mueren. Para todos» (ES 43).
El diálogo para san Pablo VI significaba mucho más de lo que se puede entender, es UN DIÁLOGO SALVÍFICO Y EVANGELIZADOR, donde Dios obra para que el amor reine en medio de un clima de amistad, con capacidad de transformar la sociedad en todas sus aristas, en una comunidad de amigos que busca el bien común, es el diálogo quien ayudará a encontrar lo verdadero, lo bueno y lo bello de cada hombre, llegando a solucionar las dificultades que impidan el diálogo.
La Iglesia en su relación con el mundo, toma conciencia de sí, por medio de la contemplación, que es el espejo interior del propio espíritu en el cual se busca y halla la verdad mediante la interiorización (Cfr. ES 5). Para ofrecer al mundo su mensaje de fraternidad y salvación.
La Iglesia es una realidad mística y social (Cfr. Lumen Gentium=LG 8) una realidad viviente y no un mero conocimiento teológico (Cfr. ES 8). El método es volver al centro, y el centro es Jesucristo, como lo diría en su primer mensaje como arzobispo de Milán. Pablo VI invita al DIÁLOGO COMO CAMINO PARA UNA HUMANIZACIÓN.
San Pablo VI plante dos exigencias a la Iglesia de frente a la sociedad. La primera, un lúcido examen de conciencia sobre sus deberes respecto de los planes divinos. La segunda, un estudio a fondo para determinar los mejores modos de establecer contactos con toda la humanidad. Esto invita a un examen colectivo de conciencia, ya que la Iglesia actúa en este mundo por medio de los hombres como profesionales en sus actividades temporales y como apóstoles.
Finalmente, luego de esta reflexión sobre ES, podemos decir, que Pablo VI, el Papa de corazón grande y espíritu visionario, enseñó lo que significa ser Iglesia en un mundo cambiante. Hoy, en el mundo y en nuestra sociedad venezolana, tan necesitada de reconciliación en todos sus ambientes, el camino del diálogo es el único que nos podrá llevar hacia delante. Es cierto que no es un camino fácil: hay muchos intereses, posturas cerradas y descalificaciones de parte y parte. Pero quizás, es preferible equivocarse siendo fiel a lo enseñado por la Iglesia y no seguir voces que prefieren otros caminos. Pablo VI enseñó el camino del diálogo y está vigente.