Durante estos días nos congregamos en el Seminario, un hito trascendental en la historia de esta Iglesia Local. 100 años de entrega, formación y servicio a la Iglesia y a la sociedad.
Un siglo ha transcurrido desde que, el corazón pastor del Sirvo de Dios Tomás Antonio Sanmiguel dispusiera y creara el Seminario de la naciente Diócesis de San Cristóbal. Monseñor Sanmiguel supo, en verdad darlo todo por amor a la Iglesia, no solo tuvo una idea para que fuera ejecutada, sino que dispuso de su propia casa para el Seminario y se hizo él mismo, formador y amigo de los primeros seminaristas del Táchira. Luego, sabemos, el Seminario fue trasladado hacia la actual sede de la UCAT, lugar donde permaneció por varios años.
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Pero el divino arquitecto tenía guardado un plano para una estructura más grande y mejor. Para materializar tal obra, llamó a un maestro de obra. Desde Caracas lo trajo al Táchira. Se trata de Mons. Alejandro Fernández Feo, III Obispo de San Cristóbal, quien con amor de padre y visión de futuro construyó la moderna sede del Seminario de San Cristóbal, la cual contemplamos en derredor.
Al tratarse de una obra de tal magnitud, eran grandes los desafíos a los que se enfrentaba. Pero Mons. Feo, cual hombre de fe, se dirigió a Táriba y puesto de hinojos frente al retablo sagrado de Nuestra Señora de la Consolación, le confió la obra del Seminario y le prometió que, en gratitud por tal favor, gestionaría su canónica coronación. El favor se hizo y la promesa se cumplió. De allí que, hace más de 60 años, cuando se inauguraron estas instalaciones, la primera invitada fue la imagen sagrada de la Virgen de la Consolación, y fue recibida en este mismo lugar por Mons. Feo, con las siguientes palabras:
“Bienvenida a este tu Seminario, Virgen Bendita de la Consolación. Gracias a Vos, Madre Santísima, Madre de Cristo, Sacerdote Eterno y cuya venerada imagen de la Consolación hemos traído a este lugar. A Vos, Madre, consagré este proyecto en sus comienzos y Vos habéis sido la poderosa intercesora ante Cristo. Tomad, Vos, Madre, posesión de esta casa. Tomadla en vuestras manos y entregadla a Cristo, el Sacerdote Eterno, para que haga de ella, como hizo de vuestro seno, la entraña sagrada donde se formen los futuros Cristos de esta tierra. Bienvenida, Reina, Madre y Señora”.

Hoy, con ánimo agradecido, a nombre de toda la comunidad del Centenario Seminario de San Cristóbal, exclamo: ¡Bienvenida nuevamente a tu casa, Dulce Señora! El corazón de todos los presentes, Madre, palpitan con singular alegría, y en expresión de nuestra emoción prorrumpimos brindándote un fuerte y sonoro aplauso.
Con justa razón, un sabio y buen pastor te denominó como María del Táchira; por eso, con filial afecto, te decimos: María del Táchira, eres la corona de este Seminario. María del Táchira, eres hacedora, junto con la Trinidad Beata, de esta hermosa casa. María del Táchira, eres garantía de la acción providente de Dios en medio de nosotros. María del Táchira, eres custodia y madre de las vocaciones sacerdotales. María del Táchira, eres motivo de inspiración y fortaleza para seguir anunciando con alegría y valentía el Evangelio. María del Táchira, eres la luz que un día en Táriba se encendió como primera aurora, y que ahora, sigue irradiando sus destellos desde la imponente cruz de la Colina de Toico, desde el Seminario. María del Táchira, eres, sin lugar a duda, el orgullo de nuestra casa.
Madre querida, al recibirte hoy, queremos hablarte de corazón a corazón: Tú conoces nuestras alegrías y esperanzas, nuestras dificultades y desafíos. Acompaña, junto al Padre, al Hijo y Espíritu Santo, nuestro proceso formativo. Sé nuestro consuelo, aliento y respiro, en los momentos de duda, cuando no se entienden tantas cosas, cuando todo parece perdido. Indícanos el camino hacia tu Hijo. Encomendamos a tu intercesión nuestras vidas, nuestras vocaciones y este Seminario. Te pedimos que nos ayudes a crecer en la fe, la esperanza y el amor.
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Acompaña y protege a todos los que hacemos vida en esta casa de formación, para que cada uno desde su responsabilidad, misión y servicio, desde el más grande al más pequeño, sea testimonio de vida creíble y auténtico, testimonio de fe profunda y vivida, para que juntos, podamos ser testigos de Jesús en el mundo de hoy. A tu corazón de madre confiamos el futuro del Seminario, agradecemos tu acción amorosa en el pasado, y te pedimos para el presente una renovación.
Queridos amigos y hermanos todos en el Señor: Hoy, los sentimientos que nos embargan, nos llevan a alzar la mirada al cielo para agradecer el don vocacional que ha recibido el Táchira. Hay un verso, que hace unos años se escribió con ilusión, pero quedó guardado en los archivos sin ser conocido. Este verso sintetiza hoy lo que siente el corazón:
Elevamos al cielo un canto agradecido, por la gran riqueza del don vocacional, que el Táchira de Dios ha recibido, como signo de amor providencial.
Celebramos con alegría 100 años de historia, que han transcurrido dejando una huella imborrable en quienes por aquí han pasado. Generaciones de sacerdotes que han entregado su vida al servicio de Dios y de los demás, inspirados en los valores y enseñanzas recibidas en este seminario, inspirado por “las luces del de Aquino”. Con ocasión de tan grata visita, quiero que juntos recitemos la bonita oración que desde niños hemos aprendido a dirigir a Nuestra Señora de la Consolación, juntos:
Oh Virgen Santísima de la Consolación, que tu maternal bendición esté sobre nosotros en el día, en la noche, en el trabajo, en el descanso, en la salud, en la enfermedad, en la vida, en la muerte, en el tiempo y en la eternidad. Santísima Virgen María, madre y abogada nuestra, no permitas que te ofendamos en esta tarde y para eso danos tu santa bendición, que la recibimos: en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo. Amén.
Un momento. Pecaría si no añadiera lo siguiente: La devoción a la Virgen de la Consolación siempre ha estado profundamente ligada a la oración, custodia y promoción de las vocaciones sacerdotales. La oración que acabamos de recitar ha quedado inconclusa, pues le falta una parte al final que hace referencia directa a las vocaciones. Esta parte poco se conoce, pues poco se recita. Ojalá la promovamos. Permítanme concluir.
Santísima Virgen María, ayudamos a perseverar en nuestra devoción hacia ti, danos muchos y santos sacerdotes, para que el Reino de tu Divino Hijo perdure entre nosotros. Así sea
Al mirar alrededor, al admirar la hermosa estructura del Seminario, al recordar la gran cantidad de sacerdotes que aquí se han formado. Cómo no contemplar con amor a esta bella Señora y decirle, como solía decir Don Bosco: Ella lo ha hecho todo.