¿Es malo que me guste o enamore de un sacerdote? Esta pregunta puede ser una inquietud frecuente en mujeres dentro de nuestra Iglesia, que les genera miedo ante Dios y ante ‘el qué dirán’ familiares y hermanos de la comunidad.
Por otro lado, es complejo el tema y muy sensible a la conciencia: “Amo a Dios, entonces, ¿por qué me fijé en un hombre célibe entregado a Dios y al servicio de la Iglesia?”.
Dios escoge y llama a hombres llenos de fe para el ministerio, lo importante es el alegre servicio y la entrega total en cuerpo y alma, con una conciencia de que nuestra vida se centra en la gran familia de los hijos de Dios, nuestra entrega esponsal y nuestra paternidad es para todos, hombres y mujeres, sin exclusividades.
Siendo seminarista que hacía apostolados con grupos de jóvenes en alguna comunidad parroquial y que organizaba actividades y convivencias diversas en el Seminario llegué a escuchar este comentario: “qué desperdicio, muchos están muy guapos”.
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En general los seminaristas reíamos ante esos dichos, y convencidos seguíamos, confiados en la gracia de Dios.
Mas adelante, desde el Seminario, una maestra, ya mayor que me dio clases de oratoria (no aprendí mucho, pero le echó ganas), nos decía: “Las muchachas no se enamoran de ustedes, se enamoran de la sotana, es atrayente, no se lo crean, ustedes sigan”. Ya, como sacerdote, con algunos años de ministerio, me siguen haciendo, a veces, la pregunta del enamoramiento.
Los enamoramientos van y vienen
Mujer, fiel cristiana y en la búsqueda sincera de Dios, no te angustie el que te guste un sacerdote, “lo que se ve no se niega”, búscalo como lo que es y debemos ser: sacerdotes y personas para todos los fieles.
Preocúpate, eso sí, de que te enamores de él y busques algo más que un consuelo espiritual. Los enamoramientos van y vienen, es normal, pero debemos evitar aquello que pueda dañar a otro y a la Iglesia.
Para muchas mujeres es fácil enamorarse de la figura del sacerdote, porque “sabe mucho”, “es educado y caballeroso”, “habla bonito”, “trata bien y cariñosamente a los demás”, “escucha y no juzga, “consuela y acompaña”, “es inteligente, es sensible”, “me entiende”, hay muchas cosas de este tipo que atraen.
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Que no vaya más allá del enamoramiento
Es cierto que, en muchos casos, no podemos mandar en el corazón para que se enamoré o no de un consagrado, pero el sentimiento no demanda llevarlo a la acción y buscar activamente una relación con esta persona.
Tanto el sacerdote que falla a su compromiso del celibato, como una mujer que se “involucra” con un sacerdote están cometiendo grave pecado.
Los pecados de la carne son bastante delicados, por sí mismos y por las consecuencias negativas para los individuos afectados ante estas tristes realidades.
Para todo y para todos debe haber límites y respeto, hasta al corazón hay que ponerle límites, para poder amar en verdad.