Durante la década de los 60, 70 y 80 surge en las ciudades de América Latina invadida de dictaduras, estructuras y modificaciones socioeconómicas estructurales que dejaron huella en nuestros pueblos. En respuesta a ello, san Pablo VI con Evangelii Nuntiandi planteó un horizonte teológico pastoral evangelizador de la cultura, su recepción se hizo presente en el Documento de Puebla de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano.
Este diálogo entre cultura y evangelización debe pasar en primer lugar por la mediación de la religión, que incluye evangelizar la Ciudad Moderna. En segundo lugar, después de Puebla se quiso desarrollar iniciativas para pensar y asumir este signo de los tiempos: La cultura urbana presente en las ciudades.
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Puebla en el capítulo Evangelización de la Cultura (Cfr. DP 385-443), redactado en su mayor parte por Lucio Gera (representante de la Teología del Pueblo), desarrolló este tema que se volvió englobante y decisivo para este camino de reflexión. Puebla define la palabra Cultura como aquella que “indica el modo particular como, un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre si mismos y con Dios, de modo que puedan llegar a un nivel verdadero y plenamente humano” (DP 386).
Aquí vemos la relación entre pueblo-sujeto y cultura-actividad, en términos de la Gaudium et Spes podríamos decir que la persona es sujeto de la cultura. Hombre y mujeres que conviven formando pueblos, y pueblos que viven formando personas, son los sujetos concretos de lo que llamamos cultura.
Aquí también vemos que existe un sistema relacional de la persona con la cultura, que incluye la relación del hombre con la creación y la relación del hombre con el hombre en dos ramas importantes: familia y política y la relación filial con Dios. Por tanto, la cultura es el bien común de todos los pueblos diría San Juan Pablo II en Christi Fidelislaici.
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Puebla nos recuerda que la cultura es una realidad histórica y social. Al respecto podemos interpretar esta idea como un proceso histórico cultural que se da entre lo tradicional y lo moderno, como se nota en la vida de la ciudad y se reconoce en la religión católica como un factor configurador de la identidad de un pueblo.
Nuestra Iglesia en Venezuela se ha enriquecido mucho con los aportes que nacen de este diálogo entre cultura y evangelización, valorando la cultura de cada región y donde se redescubre dentro de la historia secular y de la religiosidad popular elementos que nos ayudan al proceso de una nueva evangelización incluso en las grandes ciudades.
Por ello, es interesante recordar la dimensión religiosa que tiene la cultura, aquella que expresa el fondo ético-cultural de un pueblo. Un eje rector son las imágenes que son símbolos más que sensibles dentro de un pueblo y que define el origen del imaginario colectivo en su fe, permitiendo configurar la fe con el sentir de un pueblo. Para nosotros los tachirenses sin duda que el Santo Cristo de La Grita y Nuestra Sra. de la Consolación son dos íconos que representan la unión de la cultura con la evangelización en nuestra identidad tachirense.