Ha llegado una nueva Navidad para Venezuela. Todo parece apuntar a que sobre nuestro país vendrán tiempos interesantes, esto, por supuesto, alarmará un poco a quienes conocen sobre la maldición china. “Que vivas tiempos interesantes” afirma la primera de las tres maldiciones chinas que sugiere parte de las ironías de la vida, justo cuando creemos haber alcanzado lo que queríamos, algo ocurre, algo pasa, pero la misma vida parece meternos el pie en el camino para que no podamos disfrutarlo. Creo que esta experiencia la hemos vivido todos generando, en muchos casos, frustraciones tremendas.
Esto realmente nos pasa a todos y es tan común y cotidiano que no sé si, en cierta forma, tomarlo como una maldición que, como sabemos, suelen ser exclusivas y particulares. En todo caso, si efectivamente se ciernen tiempos interesantes sobre nuestro país, nuestra sociedad, nuestra familia o sobre nosotros mismos, es menester afirmarnos en nuestra fortaleza.
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La fortaleza es una virtud, una virtud cardinal. Sobre la fortaleza reflexionó San Juan Pablo II durante su tercera audiencia como cabeza de la Iglesia de Cristo. “En efecto, dijo, deseo hablar hoy de la tercera virtud cardinal: la fortaleza. La fortaleza, como virtud humana, supone y demanda siempre una cierta victoria sobre nuestras propias debilidades y limitaciones que, como comprendemos bien, son múltiples, pero, en especial de una en particular: el miedo”.
El miedo erosiona muchas veces el coraje cívico a hombres que viven en clima de amenaza, opresión o persecución. Así, pues, Juan Pablo II nos habla desde su experiencia en la Polonia sometida por el odio. Tienen valentía especial los hombres que son capaces de traspasar la llamada barrera del miedo, a fin de rendir testimonio de la verdad y la justicia. Para acceder a esta virtud cardinal debemos «superar» en cierta manera nuestros propios límites y «superarnos» a nosotros mismos, corriendo el «riesgo» de encontrarnos en situaciones desconocidas, el riesgo de ser mal vistos, el riesgo de exponernos a consecuencias desagradables, injurias, degradaciones, pérdidas materiales y hasta la prisión o las persecuciones. Por ello, nada más asomar su rostro aquel 16 de octubre de 1978, le dijo al mundo, te dijo a ti y me dijo a mí: «no tengan miedo».
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Pese a ser la elegida por Dios para cargar en su vientre la salvación de los hombres, no eximió a María de infinidad de dificultades. María demostró en su acontecer su energía y fortaleza en su amor a la virginidad, su pureza inmaculada, su humildad y modestia, su recogimiento constante a través de la oración, la unión con Dios y la acción. Su «Sí» encapsuló toda la fuerza de una mujer que tuvo que demostrar mucha fortaleza frente a las pruebas más tremendas a las que puede ser sometida una madre.
A esa María de los futuros dolores pareció tener siempre presente San Juan Pablo II cuando lo atendieron tras el atentado que sufriera en mayo de 1981. Con esa dulce firmeza que lo caracterizó, se dirigió a los médicos del Policlínico Gemelli para decirles: “Estoy ante vosotros sin papeles. Tengo que encontrar los papeles en mi interior, porque todo lo que quiero y debo deciros está escrito en mi corazón”. Eso que estaba en el corazón de María, en el corazón del maltrecho Santo Papa polaco y en el de muchos hombres y mujeres, es la luz de una fe que brinda sentido a la hora de afrontar los peligros y al momento de soportar las adversidades, más todavía, sin son por la justicia y la verdad. No tengamos miedo. Miremos a Cristo a los ojos. María es el camino a su mirada. Feliz Navidad. Paz y bien.
Valmore Muñoz Arteaga