La Liturgia eclesial, tradicionalmente, en este domingo I de Cuaresma trae a colación el episodio de las tentaciones que recibió Jesús, durante su “retiro” en oración y ayuno en el desierto. El demonio pretende quebrar en lo más íntimo de su ser: que lo reconozca a él como dios.
Es lógico que Jesús se mantuviera firme y derrotara en primera instancia la intencionalidad de Satán. Jesús, quien ha sido enviado por el Padre para cumplir la promesa de salvación, saldrá vencedor. El demonio no quiere reconocer en Él al Dios humanado y, mucho menos, al liberador del pecado que ha esclavizado a la humanidad.
Lea también: El Papa presenta una mejoría consolidada: Las condiciones siguen siendo estables
Podemos meditar sobre muchos aspectos tomados de la Sagrada Escritura y de la Liturgia eclesial. Uno de ellos nos lo presenta Pablo en la carta a los Romanos, cuando nos invita a declarar con la propia boca que Jesús es el Señor y que cree con su corazón que Dios lo resucitó. Esto se manifestó en el relato de las tentaciones: Jesús le demuestra al demonio que Él es el Señor, quien actúa en el nombre de su Padre; de allí que le indique claramente: “Adorarás al Señor tu Dios, y a Él sólo servirás”. Asimismo, desde su propio corazón le hará sentir Jesús al demonio: “No tentarás al Señor, tu Dios”.
Ya iniciada la Cuaresma con el signo de la ceniza, hoy la Palabra de Dios sale a nuestro encuentro para indicarnos qué hemos de hacer, en qué consiste la conversión que hemos de realizar: “Hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación”. Así, la Palabra de salvación y vida eterna actuará en nosotros y se manifestará en el testimonio personal de frente a todos. La conversión conlleva, pues, que nuestra boca y corazón lleguen a ser la caja de resonancia del amor y la Palabra que transforma… con lo cual nos vamos identificando con el Señor y nos introducimos en sus sendas de vida nueva.
Le puede interesar: Monseñor Lisandro Rivas presidió Eucaristía por los médicos tachirenses
Como nos sugiere la primera lectura de este Domingo I de Cuaresma, es un tiempo para presentarle a Dios las primicias de nuestros frutos espirituales. En el fondo, dichas primicias son nuestro ánimo transformado en posturas de amor, justicia y verdad, por la fe y en esperanza. De allí que pidamos al Padre “progresemos en el conocimiento del misterio de Cristo y traduzcamos su efecto en una conducta irreprochable” (Oración Colecta).
Mons. Mario Moronta Obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal