Con este artículo Nº 200 de “Fe Creída, Fe Vivida”, celebro mis cuatro años de haber iniciado este espacio de formación a través de la escritura en el decano de la prensa tachirense, un 27 de marzo del 2021.
Diagnóstico
En medio del acompañamiento de tantas personas que buscan ayuda y de la experiencia de vida en distintos ambientes, uno de los talones de Aquiles de tantos, es la ira. Quiero empezar un camino de reflexión sobre esta emoción, que es a su vez es un pecado capital, que nos quita la alegría personal y comunión con otros.
Lea también: Catequesis del Papa: El hombre rico, Jesús «lo miró con amor»
Las situaciones en la que la persona más se llena de vergüenza, son aquellas en las que ha caído en la ira, como expresión de rabia y enfado, donde se pierde el control de sí mismo, alzando la voz y agrediendo sea verbal, psicológica o físicamente. Todo esto deja un sinsabor, una incomodidad en las relaciones interpersonales, que también es necesario reflexionar para saber gestionarla y mejorar nuestra vida social y cristiana.
¿Qué es?
La ira parece poseer una “caja de resonancia afectiva” que dura más en el tiempo que otras emociones. La ira es aquella respuesta de nuestro ser, cuando lo que está en nuestra mente no concuerda con lo que está sucediendo en la realidad. Algunos recuerdan y resienten algún altercado producto de la ira y no lo superan.
Lo ideal sería borrar del alma, prescindiendo de ellos y buscar mantenerse imperturbable frente a cada contratiempo y diversidad de opiniones, que pueden buscar sacarnos del estado de gracia, para hacernos caer en este pecado capital.
La situación puede agravarse cuando la ira se asocia al pecado, la falta de coherencia de vida cristiana y de forma especial en la caridad operante de mi relación y trato con las personas que hago vida, que son mis hermanos en la fe.
Ira y esperanza
Luego de leer a Viktor Frankl “El hombre en busca de sentido: un psicólogo en los campos de concentración”, he podido reflexionar que la gran hostilidad y los peligros de la vida, nos pueden llevar a una conexión entre ira y esperanza. Esto fue lo que vivió el autor en los campos de concentración. Como prisionero estuvo sometido a profundas depresiones que lo llevaban a pensar en la muerte, más por el contrario cuando se irritaba dejaba de pensar en ella, y entraban la ganas de seguir luchando.
Le puede interesar: Programación Semana Santa de parroquia Nuestra Señora de Coromoto
Este dato sugiere, no solo que la esperanza contiene un elemento fuertemente afectivo, sino que este elemento afectivo es de naturaleza combativa, la esperanza es resultado de un cambio afectivo, a través de saber gestionar la ira.
Es por ello, que el paso de la agresividad a la esperanza, llevan a conclusiones interesantes, una de ellas que pude leer en otro momento, es que “la falta de esperanza es característica peculiar de una enfermedad mental y por tanto de agresividad”. De aquí la importancia del elemento previo y abstracto del juicio cognitivo, de hacer lectura de fondo de los acontecimientos y las personas, reconociendo que detrás de cada persona hay una historia llena de cargas y heridas, que produce unos efectos que son necesarios “identificar, aceptar y trabajar”. Esto ayuda a hacer lectura de la propia vida.
Lectura de la vida
La lectura de la propia vida, ayuda a una “reestructuración cognitiva” que permite la entrada de otros colores capaces de compensar la prevalencia destructiva del negro. Es decir, la capacidad de ver tantas cosas buenas: virtudes, habilidades, carismas, dones que poseemos y que nos sirven para gestionar mejor aquellos puntos negros, como la agresividad e ira que nos oscurece la existencia.
Para llevar esto a cabo, es necesario reconocer la presencia de la ira, prestando atención a como se manifiesta en nuestra vida. Ahora ¿Cómo actúa la ira? La ira envenena a la persona y arruina la salud. Muchas enfermedades son la somatización de ella: la gastritis, la úlcera estomacal, el insomnio, los tics nerviosos y algunos tumores. Asimismo, el suicido y la depresión son efectos de la ira.
¿Cómo se manifiesta?
En otras oportunidades, la ira puede expresarse de forma más fría y encubierta, aquí podemos hablar de una “agresión pasiva”, mostrar la ira mediante el silencio, el encerramiento en uno mismo, o una expresión de irritación en el rostro; esto se manifiesta aún más en el corte de relaciones con las personas con quien convive en la familia, el trabajo o los grupos sociales o eclesiales.
Quien se manifiesta bajo estos dos modos, corre el peligro de dejarse llevar por la ira, ser su esclavo. La ira vivida y expresada de estos modos, no ayuda ciertamente al creyente para ser un verdadero discípulo misionero del Señor en su Iglesia, deja de ser un hombre o mujer de comunión, para convertirse en un instrumento del diablo, que vino a “robar, matar y destruir”. Jesús vino para que tengamos vida y vida en abundancia, desde la alegría y la esperanza.
Conclusión
Sin una adecuada integración y gestión de la agresividad, la persona se convierte en un ser conflictivo que amenaza con romper los equilibrios, que son delicados y complejos en la comunidad donde vive y se relaciona. En los próximos artículos iremos reflexionando cómo poder gestionar este pecado capital y ser hombres y mujeres de comunión.
Pbro. Jhonny Zambrano