La Cuestión. En nuestro entorno social me he encontrado con una inquietud en quienes desean contraer matrimonio o incluso en quienes ya están casados. Esta interrogante tiene que ver con la capacidad para construir una familia feliz.
Ante esta cuestión, las estadísticas mundiales afirman que la causa principal de los fracasos matrimoniales, es la inmadurez de uno o ambos cónyuges, que les hace difícil entrar en una relación profunda y total.
Hablar de madurez, nos hace pensar en la necesidad de conocerse a sí mismo y conocer la pareja, es una necesidad lograr esta madurez. Pero ¿Qué es una persona madura? Algunos psicólogos admiten, una persona es madura si se compromete a crecer tomando las riendas de su vida, haciéndose responsable de sus actos, esto refleja hábitos de reflexión, autoevaluación y autovaloración. Por tanto, no hay una medida genérica para medirla, es un proceso continuo.
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En este sentido, es importante considerar que una persona que no es capaz de mirarse a sí misma y evaluar sus actos no logrará entrar en relación con alguien y menos convivir en un ambiente sincero y constructivo.
Si es verdad, todos tenemos límites personales en la convivencia pero debemos crecer en nuestros hogares en la tolerancia y capacidad de aceptación que se demuestra en la misericordia que tengamos con los seres que forman parte de nuestro hogar.
Es por esto, que la aceptación de uno mismo, lleva a reconocer las cualidades y potencialidades para que den fruto. Para ello, se necesita libertad a nivel físico, psicológico y espiritual. Reconociendo que la libertad es un valor que nos ayuda a escoger un proyecto de vida, fundamentado en valores y virtudes.
Esto originará una bella consecuencia, el poder convivir con otros y lograr confrontar con la otra persona las decisiones personales, escucharse y respetar las decisiones del otro, dialogar en un proyecto común.
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Por tanto, el matrimonio exige donar en parte la libertad a la pareja, quien no esté en capacidad de hacerlo, que no se case, pues no está preparado para ello.
El matrimonio trae un desafío, ya que casarse no es el final de un proceso de crecimiento, por el contrario, es el inicio de una vida en común. Un camino que se hace juntos, cristalizando un proyecto asumido, donde uno busca hacer feliz al otro, estimulando su vivir diario con fortalezas humanas y cristianas dadas desde las virtudes y los valores.
Para finalizar quiero dejarles estas interrogantes que espero puedan servir de un momento de reflexión ¿Qué valores y virtudes estás viviendo en tu familia? ¿Cuáles son los signos de madurez que has descubierto en ti?
Ora al Señor y di: “Danos sabiduría para agradecerte las virtudes del hogar. Haz que acepte las limitaciones de los míos, como tú aceptas las mías. Amen”.
Pbro. Jhonny Alberto Zambrano Montoya